La vida sutil o radicalmente nos cambia. De la noche a la mañana todo lo que era puede dejar de ser. Es la manera que la vida tiene de transformarnos y hacernos evolucionar. Cambios pequeños y grandes acontecen todos los días y a cada momento, y nos muestran que nada es constante ni mucho menos seguro. La vida nos enseña a desapegarnos y a disfrutar de las cosas mientras las tengamos. Este año ha significado para muchos pérdida y para otros ganancia. Salud y enfermedad, unión y ruptura, oportunidad y dificultad. Y en esta mezcla de contrastes, todos nos hemos ido puliendo. La realidad de la vida nos está enseñando que nada es para siempre, que todo inevitable e inesperadamente puede cambiar. Encontrarnos con esa revelación nos hace saborear más el presente, sentir gratitud por lo que tenemos y vivir con mayor intensidad nuestro hoy. Nos lleva a valorar mucho más nuestro aquí y ahora, y a fluir sin resistencia a lo que la vida nos presenta en este momento.
El 2020 nos vino a despertar. Todos estamos despertando de distinta manera y en diferente magnitud. Este año ha sido un revolcón a nuestra manera de vivir. Un sacudón a nuestra realidad. Nos ha obligado a re-evaluar lo realmente importante en nuestra vida. La pandemia nos cambió los planes y nos recordó nuestra vulnerabilidad. Y ese sentirnos desprotegidos nos ha hecho volver la mirada a Dios, nos ha llevado a retomar la espiritualidad perdida por las ocupaciones. Nos ha obligado a pensar en la eternidad, en qué hay después de este plano terrenal. La vida nos ha invitado con “su estilo” a detenernos y a despertar de la inercia de hacer las cosas sin pensar. A dejar de lado nuestro egoísmo y comodidad, a amar y respetar a los demás, y a tener un verdadero sentido de comunidad. Nos hemos dado cuenta que no somos islas y que todos dependemos de todos, incluso aunque nos creamos súper poderosos y pensemos no necesitar de los demás.
Convertir lo simple en extraordinario. Todos los días pasan cosas, desde las más sencillas hasta las más difíciles y complejas. Lo más importante es que tengamos la capacidad de apreciar y deleitarnos en lo sencillo: En tener la bendición de respirar, de sentir la brisa, la lluvia, los rayos de sol. A veces nos perdemos de vivir lo realmente lindo de la vida, por nuestro afán y nuestros estándares de perfeccionismo. Al final la vida es 10% lo que nos sucede y 90% cómo reaccionamos. Que nuestro corazón acepte con paz aquello que no puede cambiar y se goce las cosas en la forma que vengan. No vale la pena amargarse por aferrarse a la forma “ideal” que nos gustaría, sino fluir con las cosas como se dan. A veces reírse de “bobadas”, nos ayuda a ser compasivos con nuestra realidad y a descontracturar. La cuarentena nos está mostrando que a veces es necesario parar para vernos en perspectiva, para reflexionar, para agradecer. Que la vida no es una carrera constante y que los altos en el camino son necesarios y nos ayudan a crecer.
La vida nos está evaluando. La vida nos está haciendo un test de supervivencia. Nos está preguntando qué herramientas tenemos para continuar. Si nuestro estilo de vivir es sostenible, si nuestro comportamiento es amoroso, compasivo, solidario. Si nuestras prioridades son materiales o espirituales. Si bajo la excusa de “ganarnos la vida”, hemos olvidado a los demás e incluso pasado por encima de ellos. Si somos solidarios o indolentes, si ayudamos a nuestro prójimo o nos hacemos los de la vista gorda. Si hemos atesorado solo logros terrenales, o si estamos procurando tesoros para la eternidad. Si estamos dispuestos a desapegarnos de lo que nos da seguridad. Si somos verdaderos guerreros. Y también nos cuestiona acerca de dónde tenemos nuestra seguridad: Si en Dios o en lo material. Cada uno está enfrentando desafíos diferentes, que no se pueden comparar con los de los demás. “La vida es el examen más difícil. La mayoría fracasa por intentar copiar a los demás, sin darse cuenta que todos tenemos un examen diferente”.
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