Este año ha sido particularmente diferente. Un año con pandemia abordo, que nos ha condicionado a estar con el tapabocas puesto, a medir nuestras expresiones afectivas y a dejarnos con una sensación de distancia frente a los demás. Nos sobran las ganas de abrazar, pero estamos con la sicosis del contagio. Está de por medio la responsabilidad de cuidarnos y cuidar a los demás, y esa premisa de cuidado se ha convertido a la vez en una enorme barrera para compartir cómo estábamos acostumbrados. Sin embargo, de toda esta vorágine todos hemos sacado muchas lecciones. Nos esmeramos más de manera consciente por disfrutar lo que nos regala el ahora, ya no le ponemos tanta tiza a cosas que realmente no son importantes, hemos decidido ser felices con lo que tenemos. Muchos nos hemos arriesgado a hacer cosas nuevas, nos hemos desafiado.
Hemos perdido la noción del tiempo, pero hemos ganado la presencia en el ahora. Ya ni sabemos en qué mes vivimos ni en que día estamos, pero estamos viviendo cada día como un regalo. Vivimos nuestra vida y recorremos nuestro camino. He aprendido y ratificado en este tiempo de cuarentena, que de los demás debemos tomar inspiración, pero no distraernos. Cada uno escribe su historia y tiene contextos y propósitos de vida muy diferentes. Este año me deja crecimiento personal, aprender a aceptar y a agradecer las cosas como vengan, más madurez y tranquilidad en mi gestión emocional. La pandemia nos ha puesto a todos en un vaivén de sensaciones, ha amagado a quitarnos la esperanza y nos ha confundido, nos hemos sentido perdidos. Pero como en medio del caos, es cuando sucede la magia: Nos hemos reencontrado. Hemos reflexionado sobre temas que no hubiésemos considerado en condiciones “normales” y que nos han llevado a estar en otro nivel de despertar. La vida a través de la pandemia nos ha despabilado.
Vivir con intensidad. Tal vez solíamos dejar para mañana, pero ahora decidamos hacer hoy. No postergamos más. Tomamos la decisión de gozarnos la vida hoy y no amargarnos por pequeñeces. Nos hemos vuelto más flexibles, no le ponemos tanto pereque a las cosas. Apreciamos el regalo del aquí y del ahora. No competimos con nadie, vivimos y honramos nuestro propio camino. Decidimos llevar una vida de perdón, que nos hace la mochila más ligera. No buscamos conquistar el mundo, sino buscamos conocernos más y mejorar como seres humanos. Entendemos que la vida pasa por lo sencillo y que lo verdaderamente importante es el amor en sus distintas expresiones. Y sabiendo que por larga que sea esta prueba para la humanidad, todo pasará y veremos la luz nuevamente. No permitamos que decaiga nuestra actitud de fé, que se erosione nuestra confianza. Saldremos adelante. Y lo más importante, que ojalá salgamos mejores y esta revolución no sea en vano.
Nos sentimos más cerca a Dios. Si bien la cuarentena nos ha generado una mezcolanza de emociones, nos ha hecho volver la mirada a la búsqueda de una relación más cercana con Dios. Nos ha llevado a hacerlo presente de una forma sencilla pero contundente, en nuestra realidad diaria. Despertar cada día ya es una enorme bendición, poder ver, respirar, caminar. Y eso ya es un regalo maravilloso que nos hace ver la generosidad de Dios en nuestra vida. Unos hemos retomado y otros han emprendido una búsqueda espiritual, más allá del credo religioso que cada uno profesa. Cada uno recorriendo los recovecos de su interior, sabiendo que Dios está dentro nuestro, que siempre nos acompaña y que no hay que ir lejos para tener un encuentro íntimo con Él. Nos ponemos en sus manos para el inicio de un nuevo año, sabiendo que todo estará bien y que aún lo mejor está por venir. “Encomienda al Señor tus obras y tus proyectos tendrán éxito”. (Proverbios 16: 3–5).
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