Cuando trabajaba en Buenos Aires, uno de mis trabajos era certificar procesos de integración. Recuerdo en particular uno con un cliente muy importante, que logré hacer en tiempo récord. Un par de días después llegué a la oficina y encontré una cascada de emails del cliente reclamando que no iba a pagar unas reservas, porque las había cancelado. Le pedí que me enviara los logs de cancelación y en ese momento sudé frío. La cancelación constaba de 2 pasos y el cliente solo había hecho uno. Y había sido una omisión mía en el proceso de certificación. Esas reservas equivalían a 20.000usd; me calmé, le pedí a Dios sabiduría y fui directamente a la oficina del gerente a comentarle la situación. Me dijo no te preocupes, movámonos rápido para negociar con los hoteles. Habían reservas hechas en hoteles de Argentina y Brasil. Me fui directamente al call center a pedirle a los chicos que me ayudaran llamando a los hoteles de Argentina e igualmente llamé a São Paulo al Jefe del equipo de soporte, para que me ayudara con las de Brasil.
Gracias a Dios los hoteles aceptaron la cancelación fuera de fecha. Si bien era una situación compleja, fueron varias variables las que en medio de la situación jugaron a mi favor. La más importante y la que más agradezco: La disposición de mis compañeros del call center de 2 países a ayudarme. Ahí vi la intervención divina. Si bien siempre tuve muy buena relación con todos, ver en un momento difícil la solidaridad y la diligencia que tuvieron para ayudarme, fue maravilloso. Me sentí empoderada para resolver. Al final todo logró solucionarse, con costo cero. Fue increíble. Algo que en principio era un problemón, terminó siendo una situación 100% resuelta. Fue una experiencia que me enseñó la importancia de ser valiente, el valor del trabajo en equipo y la capacidad para buscar rápidamente una solución. Porque a veces cuando nos sobrevienen los problemas nos paralizamos. No le di ni un segundo a la cobardía, busqué calma en medio de la tormenta para poder pensar y actuar velozmente.
Otra enseñanza muy importante fue la de la humildad. La capacidad de reconocer que me había equivocado e ir a dar la cara. Ser franca, asumiendo mi error y las posibles consecuencias. Porque a veces nuestro temor al escarnio público, al señalamiento, al que dirán, nos termina pesando mucho más y optamos por callar. Son momentos inesperados e incómodos, que nos toman por sorpresa y son un quiz a nuestros valores. Es un ejercicio que nos confronta con nuestra capacidad resolutiva y también una oportunidad para evidenciar la prontitud para ayudarnos de la gente que nos quiere. Dando el paso de valentía de contar nuestro error, vienen ideas que no se nos hubieran ocurrido antes para intentar solucionar las cosas. Es una fracción de segundo que determina muchos escenarios. Aunque nos duela la cabeza, nos de vacío en el estómago, se nos pongan rojos los cachetes de la vergüenza, tomemos la decisión de reconocer y contar nuestro error.
Los errores son maestros. Nos enseñan a crecer, a conocernos frente a situaciones problemáticas: Cómo reaccionamos, cómo gestionamos nuestras emociones. Nos llevan a otro nivel de conocimiento y madurez de nosotros mismos. Incentivan nuestra creatividad y recursividad para solucionar. Alimentan nuestra habilidad guerrera. Nos ayudan a adquirir experiencia, algo de malicia. Aprendemos la importancia de aprender la lección, para que no nos vuelva a pasar. Promueven nuestra capacidad de supervivencia. Nos obligan a repensar las cosas desde perspectivas que no hubiéramos considerado en una situación de normalidad. Nos llevan a “escarbar” profundo en nosotros. Los errores nos hacen reflexionar, repensarnos y exigirnos. Nos llevan a evolucionar. Son una plataforma de crecimiento en todos los aspectos y a ellos debemos parte de la sabiduría que se va dando en el devenir de la vida. Recordemos siempre que equivocarse es humano, pero sobreponerse es de grandes!
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