Frente a situaciones comunes, pero también frente a las extremas, mostramos quiénes somos. Ser justos, o “vivos” y ventajosos, serenos o explosivos, cautelosos o imprudentes… afloran nuestras más arraigadas facetas cuando estamos bajo presión. Algunos tienen la capacidad de manejarse con calma e inteligencia, y otros sin mesura y con impulsividad. Cada situación que se nos presenta en la vida nos mide, nos lleva a conocernos. En condiciones normales tendemos a ser “predecibles”, pero bajo imprevistos salen nuestras reacciones más impensadas. Lo más importante es tener la capacidad de controlar la situación, y un primer paso sabio y necesario es respirar. Si uno se siente desbordado, acudir a alguien de confianza para pedir consejo es una excelente opción. Yo antes de hablarlo con mi esposo, hacer una llamada a mi mamá o comunicarme con una amiga, trato de reflexionar la situación con calma y pedirle a Dios claridad e inteligencia. Y ahí vienen las ideas, todo fluye mejor.
Darnos a nosotros mismos para no estar vacíos. La mejor forma de dar, es teniendo primero nosotros. No es un acto egoísta pensar en nosotros mismos, es un acto de amor y responsabilidad. En la medida que estemos mejor, podemos brindarnos más y mejor. No podemos hablarle a otros de bienestar y felicidad, si somos los últimos en pensar en nosotros. Así como una persona con hambre no puede pensar con claridad, o una persona que no descansa bien está agotada durante todo el día, así también si no nos preocupamos por nosotros en nuestra integralidad, no vamos a tener batería para ayudar a los demás. Cada uno necesita momentos de recarga, momentos para elevar la energía: Bien sea a través del descanso, del silencio; de comer algo rico, de compartir con alguien. El acto más generoso es procurar nuestro bienestar. Cada uno sabe qué le hace bien.
Se nos mide en nuestra generosidad. En nuestra capacidad de brindarnos en tiempo, gestos y en cosas materiales a los demás. En nuestra capacidad de desprendernos desinteresada y amorosamente de algo, para darlo oportunamente y con genuina alegría y disposición. Sin autopublicidad y prefiriendo el anonimato, sin expresiones de lamento como si fuéramos mártires. La persona generosa da en silencio, no busca el reconocimiento. Encuentra verdadera satisfacción en tender la mano, lo ve como una oportunidad para alimentar círculos virtuosos de servicio. ¿O a quién no le toca el corazón ver a otra persona servir? ¿A quién no lo inspira a hacer lo mismo? Yo he visto como siempre a las personas generosas siempre las acompaña un brillo especial, esa tranquilidad del deber cumplido. Conscientes que de la siembra que hagamos, recogeremos y recogerá también la gente querida alrededor nuestro. Porque la sabiduría no está en hablar más de la cuenta o en quejarnos, sino en estar dispuestos a servir. Como me decía mi hermano una vez: “Hay que servir si le nace del corazón a uno y no juzgar si la persona lo merece o no”.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!
Bendiciones para ti!