Cuando se hacen las cosas con amor, salen bien. Cuando hacemos las cosas con amor y disposición, más allá de las dificultades que se nos presenten, todo termina saliendo bien. Todo se apareja. El amor es ese ingrediente a prueba de egos, cansancio e intereses particulares. El amor hace que prevalezca el objetivo más grande que es ayudar al otro, enaltecerlo, animarlo. El amor es donarse con alegría, sin esperar nada a cambio. El servir con amor es una forma de brillar y florecer. Así que cuando hacemos el bien, somos imanes de un bien mayor. Si aunque estamos ocupados, sacamos el tiempo, la energía, la disposición para hacer las cosas con amor, todo fluye más y mejor. El amor convierte cada instante, en uno único y memorable. Cuando le ponemos ganas, ímpetu y especialmente cariño a lo que hacemos, el universo provee la ayuda que necesitamos. Con amor siempre todo toma la mejor forma y el mejor camino.
Hacer el bien sin favoritismos. El amor actúa de forma desprevenida y sin distinciones. No lo hace para quedar bien, sino porque genuinamente le nace. Levantar a alguien del desánimo a través de un mensaje, una llamada, una visita. Es un ejemplo de muchos que pueden haber. Haciendo el bien le hacemos saber a la persona que recibe nuestra ayuda que no está sola, que no somos indiferentes a su situación. Que es una persona importante y valiosa, más allá de las circunstancias que esté atravesando. A nuestro criterio muchas veces podemos pensar que una persona merece más que otra, o incluso que directamente no merece, pero como dice mi hermano: “Yo ayudo porque me nace y si merece o no merece, o agradece o no agradece, ese es un tema aparte”. Y me parece importante mencionarlo, porque la gratitud es un combustible maravilloso, y cuando nos encontramos con personas a quienes servimos y que responden con una actitud ingrata y como si la vida les saliera a deber, dan ganas de no seguir sirviendo. Pareciera que nada es suficiente y que se convirtiera en obligación nuestra seguir ayudando. Y ahí debemos pasar a hacernos el bien a nosotros, establecer límites y decir no más.
Dar con generosidad. Si somos dadores alegres y generosos, la satisfacción es maravillosa. Cuando le damos curso a ese sentimiento de ayuda, de fraternidad, de compasión y empatía que nos aflora hacia los demás, y hacemos que trascienda a una acción concreta, es algo espectacular. Es como si fuéramos literalmente canales de amor. Es un sentimiento tan maravilloso y gratificante que se expande. Nos sentimos plenos e imprimiéndole un verdadero sentido de amor a la vida, resignificando nuestra misión. Porque al final, más que logros personales, que son naturalmente importantes y nos generan satisfacción, el lograr compartir de corazón con otros es una gran realización. Siendo generosos vemos qué tan desprendidos somos y ese es un gran ejercicio. Sale de la ecuación el egoísmo e individualismo, porque aprendemos a ver más allá de nosotros. Al ser generosos alimentamos un círculo virtuoso de amor y servicio que se expande, acciones buenas que se multiplican e inspiran a otros.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!