Hay pruebas que parecen eternas. Parece que no terminan y que se alargan cada vez más. Nos sentimos sin fuerza para continuar, sacando ánimo y energía de donde no tenemos más. Nos sentimos literalmente atravesando un desierto, sedientos de culminar. Nos sentimos sumergidos en una monotonía, que por más actitud entusiasta que le imprimimos, parece no cambiar. Nos sentimos agotados y nos cuestionamos si vale la pena continuar. Flaquean nuestras fuerzas y empieza la batalla de la mente. Y ahí es cuando empieza un viaje hacia dentro nuestro, que nos va revelando respuestas y mostrando caminos. De nada vale sentirnos culpables o culpar a alguien más. Tenemos que saber que siempre el amanecer llegará. Y por supuesto que tenemos que poner nuestra cuota de esfuerzo e incluso hasta de lágrimas, pero siempre seguros de que todo pasará.
“Los desafíos de la vida son inevitables, las derrotas opcionales y el coraje voluntario. Uno al final no es lo que cree lograr, sino lo que intenta superar”. A cada uno nos han llegado retos en la vida que ni hubiéramos pensado que nos tocaría encarar. Y llegan así nada más: Sin anunciarse, ni pedir permiso. Se presentan a veces como baldados de agua fría que nos paralizan, nos cuestionan y demandan de nosotros cabeza fría y coraje para avanzar. Son un ejercicio espiritual que nos confronta, que nos lleva a preguntas mucho más profundas de las que nos solemos plantear. Aquí no vale qué tan buenos o malos nos consideremos, éstos desafíos nos llegan como parte de un proceso de aprendizaje, que aunque muchas veces sea incómodo, doloroso y hasta creamos injusto, es lo que por alguna razón nos corresponde transitar. E inicialmente como todo, cuando nos llega así de sopetón, tratamos de asimilar y entender por qué nosotros, cuando en realidad la gran pregunta es para qué. Y ahí nos tenemos que revestir de humildad, paciencia y mucha sabiduría, para como guerreros salir a dar la batalla.
Pasar por momentos difíciles, nos ayuda a ver en perspectiva las cosas. Cuando pasamos por momentos realmente difíciles, vemos cómo en nuestra experiencia de vida llegamos a catalogar como complejísimo algo, que al final no lo era tanto. Para ese momento histórico de nuestras vidas, seguramente sí lo era (o por lo menos así lo veíamos), pero cuando nos toca resolver algo realmente de gran envergadura, caemos en cuenta de la magnitud de cada reto que nos trae la vida. Pasar por una situación de enfermedad, desempleo, desilusión de amistad o pareja, crisis económica, nos lleva a decidir hacer foco en lo realmente importante, de manera más objetiva y consciente. Ya no disipamos nuestra energía tan fácilmente, porque los aprendizajes nos han traído madurez, aplomo y discernimiento. Ya no estamos tan pendientes de la minucia o las trivialidades, sino de lo realmente importante. Agradecemos estar vivos, honramos nuestro camino y decidimos disfrutar a pesar de.
Después de la tormenta, viene la calma. No hay prueba que dure 100 años ni cuerpo que la resista, dice el refrán popular. Por más duras, prolongadas e intensas, todas las tormentas pasan. Cuando uno está dentro de la tormentas piensa que no tendrán final. Pero sí, tarde o temprano pasan. Y esa certeza es la que nos debe impulsar a seguir perseverando. Yo no digo que transitar una tormenta sea algo fácil, ni mucho menos agradable. Es complejo y naturalmente agotador. Suele sacar lo mejor y también lo peor de nosotros, fruto de los altibajos emocionales que vamos teniendo. Lo clave es alimentar la esperanza de ver superada la situación que representa una tormenta para nosotros. Es saber que falta menos y que ya pronto pasará. Llegará la tan anhelada calma.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!