Sin lugar a dudas la mayor lucha la lidiamos con nosotros mismos. Nos confrontamos permanentemente con nuestras luces y nuestras sombras, tratando de mantener un equilibrio lo más razonable posible. Estamos todo el tiempo tratando de gestionar distintas emociones, que varían en dimensión e intensidad. Si bien tratamos de reaccionar cada vez mejor, no estamos exentos de echar una que otra chispa con aquello que nos molesta y termina siendo una provocación para explotar. Algunas veces puede tratarse de un tema de conflicto de egos, de cumplimiento de expectativas, de no sentirnos valorados, de tener o no la razón, de chocar con personas difíciles y poco flexibles en sus posturas; incluso de recibir ofensas sin razón alguna; realmente el abanico de posibilidades es bastante amplio.
En nuestros distintos roles y contextos tratamos de mantenernos por lo general lo más serenos y sensatos que podemos, de manejar las situaciones que se presentan con la mayor calma y objetividad posibles. Sin embargo, somos humanos, y factores como el cansancio, las situaciones se tornan reiterativas y las injusticias -o las que consideramos que lo son-, nos sacan de nuestros cabales y nos juegan a veces malas pasadas. Tendemos a reaccionar y a hacerlo generalmente de mala manera: Sensibilidad y sentimientos exacerbados, acelere y arrebato, una combinación poco recomendable. Terminamos diciendo y haciendo cosas que no queríamos, las cuales nos generan desgaste, mal humor y arrepentimiento. “Más vale un hombre paciente que un héroe, más vale el que se domina a sí mismo, que el que conquista ciudades”. (Proverbio 16:32)
El dominio propio implica conocerse, controlarse y crecer emocionalmente. Cada vez que decidimos tener el control sobre nuestras reacciones, nos fortalecemos. Trabajar en nuestro dominio propio nos empodera para hacer frente con mayor autoconfianza a las distintas situaciones que se nos puedan presentar, sin entrar en pánico y reaccionar a la topa tolondra. Una inteligencia emocional trabajada nos ayuda a reaccionar con madurez, y nos ayuda a no salirnos de nuestras casillas tan fácilmente. En éste sentido, la paciencia es fundamental y también el no tomarse las cosas de modo personal. Se evitan muchos disgustos y enfados, cuando simplemente no nos enganchamos y dejamos pasar aquello que nos molesta. Cuando nos enceguecemos por el mal genio y la ira, no medimos las consecuencias de nuestros actos. No darle tanta relevancia a las cosas, a veces es una buena estrategia, y también el aceptar con humildad que a veces todo no es como esperamos o nos gustaría.
Bajo la premisa de que “nada ni nadie perturbe la paz de mi alma”, tratamos de que nada tenga el poder de hacernos perder el control. En el día a día interactuamos con distintas personas y estamos sometidos a tener que lidiar con diferentes temperamentos en distintas situaciones. Aprender a escuchar, negociar, no ser quisquillosos, decidir qué batallas librar y cuáles no, nos ayuda a lograr tener mayor dominio de cómo procesamos las cosas y de nuestras reacciones frente a ellas. Hay situaciones que no se pueden evitar, pero si gestionar y ahí es donde podemos actuar. Ver la dimensión real de los problemas, sin dramatizar. Y entender que todo es un permanente aprendizaje para mejorar, y para hacernos la vida más amable.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!