Cuando uno sale de su país de origen, la mayor parte del tiempo se la pasa añorando y comparando -o por lo menos fue mi caso-. En una primera etapa, era mi sentir permanente. En mi país tal cosa, en mi país tal otra, me la pasaba pensando. Desde afectos, hasta comida, pasando por actividades y clima. No se termina de disfrutar el nuevo destino, porque estamos pensando todo el tiempo en el lugar de donde venimos. De hecho, en mi caso anhelaba que mi mamá y mi hermano estuvieran con mi hermana y yo disfrutando de los paisajes lindos que nos regalaba la primavera de Buenos Aires. Y lo que pasa es que al llegar a un nuevo destino, estamos en una transición: De un lado sorprendidos por lo nuevo, con mucha adrenalina y emoción, y de otro lado mantenemos todo el tiempo presente en nuestra mente a nuestra familia, amigos, nuestra casa, nuestra comida, nuestras actividades habituales: ósea lo que conocemos, y nos da seguridad, lo que nos hace sentir sentido de pertenencia. Salir de nuestra ciudad/país natal, es todo un reto. Implica un desafío de incomodidad, de aprender y desaprender, de reacomodarse, de ganarse un lugar, y eso nos ayuda a crecer y a fortalecernos, a conocernos en una faceta de nosotros que en otra circunstancia no conoceríamos, en definitiva a probarnos de qué estamos hechos.
El añorar es una sensación que va cambiando. No es que se deje de extrañar, sino que aprendemos a disfrutar de la experiencia que estamos teniendo y a comprender que lo que estamos haciendo hoy, representa una gran diferencia para nuestro mañana. El salir nos ayuda a valorar mucho más lo que tenemos y somos en nuestro país, y a ver en perspectiva nuestra vida, lo que queremos de ella. Salir a lo desconocido, nos enfrenta a nuestros miedos, que al final en la práctica no son tan grandes como creíamos. Fortalecemos nuestra confianza y nos convertimos en guerreros, dispuestos a adaptarnos a nuevas condiciones y a dar lo mejor de nosotros. Es casi una cuestión de supervivencia e incluso diría yo también de ego (el famoso yo puedo!) y por supuesto, también de empoderamiento. ¿Qué si implica una cuota de sacrificio? Por supuesto que sí. Pero es un sacrificio, que nos ayuda a adquirir madurez, a convertirnos en luchadores aguerridos y en consecuencia a progresar, y ésa es la mayor ganancia sin duda que podemos sacar. Si bien nuestro corazón siempre estará con nuestros afectos, aprende a abrirse a nuevas personas, a cultivar nuevas amistades y a conectar con otras realidades.
Salir lo obliga a uno a despabilarse. No es que yo haya sido una “dormida” como decimos en Colombia, pero había llegado a una especie de acomodo en mi vida: Ya me había graduado de la universidad, llevaba 3 años trabajando en una empresa, había empezado mi especialización, etc. Decidí que quería contar mi propia historia de una experiencia en el exterior. Solía escuchar que no sé quiencito se había graduado del colegio y se había ido a Londres a estudiar inglés un año, y que al regreso volvía siendo otra persona, con un montón de experiencias para contar. Si bien no tomé la decisión antes, recién había terminado el bachillerato, la tomaba de “grande” y con mi propio presupuesto. Habiendo fallecido mi papá 10 años atrás, era una decisión de gran envergadura “dejar” a mi mamá. Hemos tenido siempre una muy linda relación de madre e hija, y partir de viaje fuera del país implicaba que iba a dejar de estar físicamente para apoyarla (apoyo que emocional y espiritualmente le iba a continuar dando desde donde estuviera). Conté con su apoyo, no hubo rasgadura de vestiduras y fue realmente un acto muy generoso de parte de mi mamá el dejarme partir tranquila, sin el peso de verla triste u oponiéndose, más allá de que de la embargara el dolor de la partida como naturalmente se pueden imaginar.
Estudié, trabajé, me mudé muchas veces, me robaron plata de un depósito de alquiler, y bueno, todo es parte de la experiencia. Familiarizarse con la moneda, los medios de transporte, la comida, los modismos, las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), que no existen en Colombia; conocer otros estilos de vida, deleitarme con la arquitectura europea de la ciudad y ubicarme con las direcciones, jaja -que siempre ha sido un reto para mí-, fue parte del gran aprendizaje que adquirí. Y sentir con todo y los cambios, que te hace falta algo. Si bien te reciben súper bien (que gracias a Dios fue mi caso), eres consciente que no eres de ahí y está ese vacío presente. Yo decidí viajar, atreverme y una de las implicaciones a nivel emocional es el extrañar, especialmente los Domingos, tal vez por ser un día familiar por excelencia e igualmente en fechas especiales como el día de la Madre, los cumpleaños y la Navidad, es toda una mezcla de sentimientos. Una gran ventaja hoy, es la tecnología. El estar conectados nos permite lidiar de mejor manera con la distancia: WhatsApp, Skype, FaceTime, etc., son una bendición en éste sentido, no me tocó la época de WhatsApp, pero sí la de Skype :) Y dentro de las consecuencias positivas estuvo el conocer gente maravillosa, el viajar mucho más, el iniciar mi primer blog de viaje, y el mejorar mis ingresos, sin duda.
Cuando uno regresa de visita a su país, es una sensación hermosa, pero a la vez rara, porque uno siente que ya no de ese lugar, pero tampoco del lugar donde vive: Es literalmente un limbo. Uno anhela tanto estar allá, que no termina siendo de acá y termina atrapado en la mitad. Es una sensación que muchos experimentan, y con la cual vamos lidiando mejor con el tiempo. Y al final no son los lugares, ni las personas, sino lo que nuestro cerebro y corazón codificaron como sentimiento positivo cuando recibimos el abrazo de un ser querido o probamos nuestra comida típica, porque inmediatamente lo asociamos con una emoción contenedora y reconfortante, que nos alimenta el alma y nos teletransporta a nuestro nido. Y bueno, en definitiva terminamos siendo producto de nuestras decisiones y parte de la decisión de emigrar, es convertirnos en hijos del mundo, y entender que a pesar de tener lazos súper estrechos con las personas, todo sigue su rumbo, el mundo no se detiene porque nos vayamos de nuestro país/ciudad natal, todo continúa más allá de la nostalgia.
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