El perdón nos quita un peso de encima. No vale la pena vivir llevando un peso descomunal a cuestas, arrastrando heridas del pasado y rumiando constantemente eso que tanto daño nos ha causado. Consciente o inconscientemente, intencionalmente o no, hemos recibido golpes. Unos más fuertes e intensos que otros. La mayor parte de ellos inesperados e injustos, pero es algo que desafortunadamente no podemos cambiar. Cuando decidimos consciente y compasivamente perdonar, además de quitarnos una tonelada de peso emocional de encima, transformamos esa herida en una oportunidad. En una oportunidad para demostrarnos que tenemos la valentía y la grandeza de perdonar y sanar. Responder de la misma forma a quienes nos han hecho daño no tiene sentido, es algo que no vale la pena ni considerar. Es una energía mal invertida. Podemos vernos realmente tentados a pagar con la misma moneda, pero al final de cuentas ¿qué ganamos?, ¿de qué nos sirve? Absolutamente de nada, porque en nada podemos cambiar lo que pasó.
La venganza no es dulce. Nos imaginamos que al desquitarnos, vamos a aliviar nuestro peso, y en realidad va a pasar todo lo contrario. Nos echamos más peso a cuestas. Tengamos en cuenta que la vida siempre nos dará revanchas, sin necesidad de hacer daño. Y que al final la venganza más que dulce termina siendo amarga y dejándonos realmente afectados. Todo en la vida tiene sus consecuencias. Algunas llegan más rápido que otras. Tarde o temprano la vida pasa su factura. No vale la pena tomarnos un ajuste de cuentas de forma personal, pues ya la vida se encargará. A su debido tiempo y en formas que ni nos podemos imaginar. El reto realmente está en perdonar e incluso en orar por esa persona que nos ha hecho mal, en responder a la situación desde el amor y el perdón.
Una medida compasiva. Partamos de que perdonar algunas veces no es un ejercicio para nada sencillo. Nos confronta y nos pone en la difícil tarea de no permitir que el dolor, la ira y el resentimiento nos haga actuar mal. Perdonar se convierte en un quiz del cielo, en una oportunidad para trascender la reacción natural de pagar mal con mal. Nos presenta una oportunidad única de crecimiento personal para demostrar nobleza y decidir actuar diferente. No me refiero a que nos convirtamos en los mejores amigos de las personas que nos han hecho mal, sino en observadores compasivos de la situación. Muchos de los que hacen mal, lo infligen desde sus carencias e ignorancia. Si decidimos perdonar, y “dejar así” vamos a ganar más que poniéndonos a maquinar cómo sacarnos la espina. Claro que cuesta perdonar las ofensas, pero el perdón nos da vida.
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