En esta época de fin de año, vale la pena reflexionar acerca de la necesidad del silencio. El silencio es calma, es perspectiva. El silencio nos ayuda a curar el alma, conecta con nuestra sabiduría interior donde reside nuestra conciencia, que es el santuario de Dios. El silencio nos desacelera, nos permite reencontrarnos con la serenidad perdida en el frenesí de nuestros días. El silencio es valentía, para aprender a conocernos sin las voces de validación externas. Hacer silencio nos ayuda a escuchar y a escucharnos más y mejor. El silencio nos reconcilia con nuestra esencia divina. Nos hace aceptar con paz, aprender a saber esperar y evitar desesperar, cuando nos sobrevienen mil cosas y creemos que la solución es actuar, sin meditar antes cuál es el mejor camino. Hacer silencio es aprender a que nuestro valor no está definido por el ruido que hagamos, sino por la huella positiva que dejemos en los demás.
Si bien el ruido nos aturde y confunde, es necesario para valorar cuando logramos hacer silencio interior. Muchas veces nos cuesta abandonar el camino de la intranquilidad, porque pensamos que estamos siendo irresponsables al no preocuparnos, y andamos con un diálogo mental interminable y energéticamente agotador. Dios confronta nuestro corazón constantemente, cuando nos encontramos sumergidos en el ruido de la falta de amor, de la falta de caridad y del individualismo. Cuando en medio del ruido cotidiano logramos hacer conexión con nuestro ser interior, logramos ver con otros ojos la realidad que nos rodea. El silencio nos recarga, nos permite conectar con nuestra fuente. Con el tiempo comenzamos a apreciar más el silencio. Valoramos la serenidad que nos trae, la energía que nos da, la capacidad que nos brinda de contemplar las situaciones desde la calma. El silencio nos revitaliza, nos hace reencontrarnos con el sentido de las cosas desde una perspectiva no pretenciosa. A través de la meditación encontramos, -o intentamos encontrar- el silencio interior que necesitamos. Podemos hacer silencio en medio de situaciones ruidosas, incluso caóticas. El silencio es una poderosa herramienta de salud y bienestar, nos ayuda a tener una mayor capacidad de deleitarnos.
El silencio nos mantiene conectados con lo importante. Tener momentos de silencio, no es ser pasivo, por el contrario es una forma de estar activos en la búsqueda de paz interior. El silencio nos alinea con los objetivos que realmente valen la pena, nos lleva a reflexionar constantemente sobre lo que merece nuestra atención y energía. El silencio nos ayuda a vaciarnos, para llenarnos de amor y luz; nos ayuda a desacelerar en la autopista de pensamientos que se convierte muchas veces nuestra mente. El silencio es un tiempo que nos regalamos para procesar lo que pensamos y sentimos. Algunas o muchas de las respuestas que buscamos, provienen del silencio, de darnos un tiempo para nosotros lejos del ruido de lo pasajero. El silencio es estar presente, estar aquí y ahora.
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