No perder el tiempo, porque se pasa rápido y no vuelve atrás. El momento presente es lo único que verdaderamente tenemos. El pasado quedó atrás y el futuro es completamente incierto. Nos la pasamos en ese parabrisas de la añoranza o la culpa por el pasado y en la preocupación e incertidumbre por el futuro. Tenemos un sinnúmero de expectativas, planes e ideales, y en el mientras tanto se nos pasa la vida sin apreciar lo que el ahora nos presenta. Tal vez el ahora nos esté presentando algo que no nos gusta o que no nos esperábamos, o algo que no consideremos suficiente o justo. Sin embargo, el ahora tiene la magia de proporcionar gozo para quien tiene la capacidad de apreciarlo y agradecerlo. Sin amargarnos ni entristecernos y sin hacer pataletas innecesarias que no cambian las cosas en lo absoluto. Lo que lo cambia todo es nuestra actitud dispuesta a recibir y a agradecer lo que haya: Bueno, malo, bonito, feo, porque en últimas depende de cómo lo miremos. Así de sencillo.
La trampa del perfeccionismo. No es dejarnos de esmerar por ser cada vez mejores, ni tampoco pasar a ser negligentes, perezosos o mediocres. Es aprender a reconocer nuestras debilidades y a soltar. Muchas veces tenemos la manía o el resabio de estarle viendo el pero a todo. Nada nos resulta “completo” según nuestras expectativas. Y ese perfeccionismo enfermizo, nos quita la posibilidad de disfrutar. No hay que tener un cielo repleto de arcoíris para ser feliz. Basta con que ese arcoíris esté incorporado en nosotros. Llueva o haga sol, sea un día despejado o nublado. La felicidad tiene muchas definiciones y una se llama: Aceptar. Si uno acepta, se adapta y disfruta lo que hay. Y va encontrando lo maravilloso en lo aparentemente malo, feo o injusto. No es cuestión de planear todo y tener cada detalle bajo control, sino de tener la capacidad para pasarla bien y disfrutar a pesar de. Eso es valorar el ahora.
Dejar el orgullo y aprender a tener una actitud humilde. La humildad nos permite aceptar con paz todo de la forma que se presenta. Es una virtud que nos permite salirle al paso a cada situación con actitud dispuesta, con alegría y sin buscarle tanto pereque a las cosas. El orgullo por el contrario nos nubla, nos amarga y nos impide disfrutar plenamente. Disfrutar el ahora no depende de nada ni de nadie diferente a nosotros mismos. No le podemos delegar o achacar la responsabilidad a otro de gozarnos el momento, pues es una responsabilidad única y exclusiva de cada uno. Ser capaces de trascender esos detalles menores (que el clima, que no se quiencito no me saludo, etc), para darle la relevancia a lo realmente importante: ¡Estamos vivos y con salud! Eso ya es mucho decir. Nadie está para hacernos la venia, y de nosotros depende entender que por más buenos o inteligentes que nos consideremos, la actitud del resto de humanidad no es una variable bajo nuestro control, pero sí la amabilidad y el servicio que podamos brindar. Eso habla de nuestra grandeza y de nuestra verdadera capacidad de disfrutar el ahora, a través de procurar ser mejores personas.
Detox digital. Que un like “ni quite ni ponga”, ni la cantidad de personas que estén aplaudiendo nuestra actividad digital. Parte de estar presentes, requiere que establezcamos tiempos u horarios para estar en el celular y demás dispositivos electrónicos y tiempos para estar mirando a los ojos sin una pantalla de por medio. Las redes sociales nos consumen muchísimo tiempo y energía. Nos arrebatan la oportunidad única de estar presentes y no repartidos con un ojo en el celular y otro en la persona. Es innegable lo útiles que son los dispositivos para la comunicación instantánea, pero lo adictivos que resultan por momentos. De nosotros depende administrar de forma sana el tiempo, para no perdernos de estar conectados con el ahora y no con el afán de estar viendo Whatsapp o Instagram. No nos estamos perdiendo nada importante, salvo nuestro tiempo limitado de vida.
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