La mayoría de personas dice estar muy ocupada, para estarse fijando en las necesidades de los demás y mucho menos, para ponerse en su lugar. A veces andamos en el frenesí de nuestros días ajetreados, en los que tenemos una lista mental de cosas por hacer, que no nos permite ver lo que pasa a nuestro alrededor y menos aún, prestar atención a lo que acontece en la vida de otros. Nos consumen nuestras ocupaciones, nuestro individualismo y nuestra indiferencia. Estamos tan llenos de cosas, que dejamos de ver lo que pasa alrededor nuestro y evitamos involucrarnos, porque nos implica energía y tiempo. Si tan solo nos interesáramos genuinamente por preguntarle al de al lado cómo está?, otra sería la historia. Preguntar no le resuelve a nadie la vida, pero tal vez le aligera la carga y le ayuda a descansar un poco el contar cómo se siente, qué le preocupa.
Recuerdo la primera visita de mi mamá y mi hermano a Buenos Aires. Fueron a pasar el Año Nuevo de 2012 con mi hermana y conmigo. Fue una experiencia maravillosa, un regalo de Dios habernos podido reunir. Era verano, el clima ideal para las vacaciones que estábamos teniendo en familia. Fueron días memorables los que compartimos juntos, recorrimos, comimos rico, reímos.. pero como todo, pasaron los días y llegó el día de su regreso a Bogotá. Fue una sensación de enorme y profunda tristeza, porque uno se acostumbra a sus seres queridos y el momento de la despedida es emocionalmente muy difícil. Al día siguiente, volvía a la normalidad de mis días y estaba regresando del supermercado, cuando me quedé observando un abuelito en una esquina intentando hablarle a la gente que iba pasando apurada por la calle y que no le prestaba la más mínima atención. Me acerqué y le pregunté qué necesitaba. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo que era la primera persona que le prestaba atención, que llevaba ya un rato largo intentando pedir algo de plata para comprar unas galletitas. Me contó que no era de Buenos Aires, que había venido a la ciudad en búsqueda de una oportunidad de trabajo, que su esposa había fallecido y se había quedado solo. Había entregado el dinero que le quedaba para pagar la pensión donde se estaba alojando y había salido a pedir algo de dinero o comida, porque tenía hambre. Que le daba mucha vergüenza siendo un viejo estar pidiendo, pero que necesitaba comer algo.
Muchas veces estamos tan ensimismados, que perdemos de vista lo que pasa a nuestro alrededor. Una mirada solidaria, una palabra de aliento, un abrazo cálido, fuerte y sincero, una escucha atenta, puede significar la diferencia para una persona agobiada. Tener esa capacidad de solidarizarnos con los demás, de ayudarlos en su momento de dificultad, nos hace más sensibles y por ende, más humanos. ¿De qué nos sirve estar bien nosotros, si no tenemos la capacidad de compartir? La generosidad también se mide en nuestra capacidad de ponernos en los zapatos del otro, en nuestra capacidad de sensibilizarnos y brindarle un gesto a ese conocido o desconocido que lo necesita. La empatía implica comprender que hay alguien que puede necesitar ser escuchado, abrazado, animado, porque se siente con una carga que excede sus fuerzas y que siente no poder más, y tal vez nosotros seamos esa señal que está pidiendo al cielo para no desfallecer. Al fin y al cabo, todos somos instrumentos, y qué bueno que lo seamos para recordarle a los demás que no están solos, que son valiosos y que pueden superar sus dificultades.
Y más aún, cómo no comprender cómo se puede sentir el otro, si ya hemos pasado por lo mismo. El que ha estado desempleado, va a entender cómo se siente una persona en situación de desempleo, y de igual manera el que ha estado enfermo, el que ha sufrido abandono, el que ha pasado hambre, etc. No es que debamos pasar por la situación que acongoja a los demás para imaginarnos cómo se siente, basta con que seamos sensibles, con que nos detengamos a observar a nuestro alrededor y veamos más allá de nosotros. Creo que uno de los retos más importantes como seres humanos, es mantenernos sensibles y solidarios, porque es la esencia de nuestra humanidad, el servir. Que transcendamos nuestro egoísmo, nuestra pereza de ayudar e involucrarnos, y que estemos dispuestos a ser instrumentos de amor. No es cuestión de dinero, sino de voluntad. Seamos empáticos, porque eso realmente no cuesta y hace la diferencia!
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