En defensa de quién somos. Unas veces por agradar, otras por cumplir. Consciente o inconscientemente vamos perdiendo o al menos diluyendo nuestra esencia, en el cóctel de los objetivos e intereses de los demás. Falta de carácter o tal vez falta de confianza en nosotros mismos, muchos pueden ser los motivos. Todo un ejercicio de valentía y poder personal el aprender a establecer límites sanos. Puede que algunas veces encontremos sombra cómoda en que otros decidan, pero que eso no se convierta en pasarle el control de nuestra vida a los demás. Pensamos erróneamente que al pensar diferente estamos incumpliendo o defraudando a los demás y nada más alejado de la realidad. Amar no es pensar igual, sino saber conciliar las diferencias. Aprender a expresar nuestras ideas, puntos de vista y opiniones con seguridad y convicción, es un acto de amor para con nosotros mismos. No es enemistarnos con nadie, sino amigarnos con nuestro sentir y honrarlo al expresarlo.
En defensa de nuestra energía. En defensa de nuestra armonía y nuestra paz interior, decidamos alejar de nuestra vida todo aquello que sea un vampiro energético: Personas, situaciones, cosas. Que la lista la encabecen aquellas personas que no queremos más en nuestra vida, que nos hacen mal por quejumbrosas, conflictivas, conspirativas. Que no permitamos ni consintamos más relaciones que no nos edifiquen y nos nutran. Fuera esas relaciones de dependencia, de maltrato disfrazado. Esas relaciones egoístas, convenientes e intermitentes. Cuidemos aquellas relaciones de amistad, reciprocidad e incondicionalidad. Muy probablemente sean pocas, pero valen su peso en oro. No necesitamos cantidad, sino calidad y la libertad de ser quienes somos. Y por último, pero no menos importante, saquemos aquellas cosas que son un ancla para renovarnos: Ropa vieja, vajilla desportillada, electrodomésticos que no estén funcionando, etc. Ya eso cumplió su ciclo, prestó su servicio y ahora debe dar cabida a lo nuevo. Que no siga ocupando más espacio ni físico ni mental.
En defensa de nuestro tiempo. Como mi mamá me dijo meses atrás: “A quien le regalas tu tiempo, le regalas tu vida”. Y es literalmente así, el tiempo es vida y teniendo muy clara y presente esa premisa debemos saber con quién lo compartimos. No a cualquiera le podemos regalar el tiempo de nuestra vida. Hay que ser súper selectivos, inteligentes y atentos, para saber cuándo vale realmente la pena compartir nuestro tiempo con alguien más. No es por simplemente llenar nuestra agenda del día, sino por realmente preponderar dinámicas de relación que nos hagan mejores. Que en cada conversación, no importa que sea ocasional, estemos aprendiendo algo nuevo, escuchando abordajes positivos de la vida, inspirándonos a ser mejores. Que cada compartir nos sume y nos ayude a crecer. Que cada interactuar nos alimente, nos nutra interiormente, siembre en nosotros alegría, fé e ideas renovadas.
En defensa de nuestra libertad. Que podamos actuar libremente sin miedo al qué dirán y lejos de que nos afecte la presión social. Que si nuestra vida cumple las expectativas de los demás, sea lo último que nos preocupe. Que dejemos el agobio y la taquicardia por creer que estamos en falta. Nos debemos cumplir a nosotros mismos y a nadie más. Que seamos dueños de nuestra historia y llevemos las riendas de nuestra vida. No permitamos que nos genere angustia existencial actuar como nuestro instinto nos dicta. Que nos animemos a caminar caminos poco transitados e ir aprendiendo sobre la marcha. No estamos defraudando a nadie. Que podamos ser nosotros mismos y llevar adelante nuestra búsqueda personal. No vamos a dejar de ser “buenos” o “capaces”, por hacer las cosas de una manera diferente a la esperada. No sigamos tejiendo esa maraña de miedos que nos encarcelan. Que vivir plena y libremente, sea nuestro más grande objetivo.
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