Cada día es un regalo. Desde que nos levantamos tenemos la oportunidad de hacer de nuestro día, un gran día. Levantarnos con gratitud, con alegría, sin queja. Ver que el solo hecho de respirar ya se constituye en un regalo espectacular. Decidiendo dejar de lado el resabio de traer a la mente la amargura por lo no resuelto, y estar abiertos a llamar creatividad para resolver las cosas. Enfocarnos en las bendiciones y confiar en que los problemas los vamos a lograr solucionar. Con humildad y disposición a aprender, porque a veces no es por el camino que creemos ni de la forma que esperamos. Decidir disfrutar el día como venga y adaptarnos a él. Puede que no se de como esperamos, pero lo podemos disfrutar y agradecer igual. No dejarnos contaminar de los poseídos por la queja e insatisfacción. Vestirnos chévere, comernos algo que nos guste y tener una conversación positiva con nosotros mismos. No es disfrazar nuestra realidad, sino crear con nuestras actitudes la que nos gustaría.
¿Y si hoy fuera nuestro último día, cómo nos gustaría que fuera? Seguramente relajado y sin ningún tipo de estrés ni preocupación. Nos gustaría estar alegres, compartir con gente querida, comer rico. Haciendo las actividades que nos apasionen. En fin, cada uno tiene claro lo que le gustaría. Por ejemplo, a mi me gustaría estar en paz con todos los que amo, comerme un ceviche mixto con limonada de hierbabuena y un rico helado. Tener la tranquilidad de que mi paso por este plano no fue en vano, que contribuí a la felicidad de mi familia y de las personas que conocí. Me gustaría tener la tranquilidad de conciencia de que serví cuando pude, que perdoné aunque me costara y que me fui siendo una versión mejorada. Experimentando desde el primer momento del día muchísima gratitud por todo y llevando ese gozo a mi último respiro antes de partir.
Que el miedo no nos deje “estatuas”. Justo estoy escribiendo esta publicación en la sala de mi casa y veo que la lagartija que entró en pasados días se percató de mi presencia. Y literalmente se quedó “estatua”, no se movía. Y así somos nosotros cuando algo o alguien nos da miedo, nos paralizamos. Es increíble cómo dejamos de vivir a plenitud los momentos que nos trae cada día, por sentirnos temerosos o inseguros. O incluso cómo nos amargamos la vida innecesariamente cuando nos sentimos insatisfechos con lo que somos o tenemos. Las famosas expectativas no cumplidas, que tanta vida nos quitan. La vida se nos va pasando y no podemos seguir postergando disfrutarla. Y se pasa bien rápido tengo que decir. “Estando más cerca del arpa que de la guitarra”, como dice mi esposo, deberíamos volvernos más prácticos para vivir. Buscar soluciones, en vez de seguirnos enmarañando en los mismos históricos problemas que hemos arrastrado.
“Un mal momento no es el fin de la vida, y al contrario, puede ser tierra árida para que nazcan nuevas posibilidades”. Padre Alberto Linero
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