¿Qué es orar? Orar es simple y sencillamente conversar con Dios. Es hablar con Él, pero también oír su voz. Es declarar alegría, sanidad, prosperidad, éxito, abundancia, protección, paz. Es renovar nuestra mente. Orar es acallar el bombardeo de pensamientos y entregárselos a Dios. Es confiar y dar por hecho que siempre lo mejor nos sucederá. Es pedir por nuestras necesidades, pero también por las de los demás. Es hablar y declarar vida, es ser luz encendida. Orar es pedir, agradecer, deshagonarnos. Es liberarnos de cargas y recargarnos de fé. Es pedir dirección divina, sabiduría para el día a día. La oración nos ayuda mantener la esperanza en medio de las pruebas de la vida. Es disciplina espiritual, es el hábito más importante, el que más lejos nos llevará. Todos lo tenemos a nuestro alcance, no se necesitan palabras rebuscadas ni sofisticadas para hablar con Dios, basta la sinceridad de nuestro corazón.
El libre albedrío. Es la libertad que nos ha concedido Dios para decidir y actuar: Literalmente para hacer lo que queramos. Si nosotros queremos que Dios intervenga en nuestra vida, tenemos que pedírselo. No sucede de otra manera. Cuando yo oro, Dios puede intervenir en mi vida, porque yo se lo estoy pidiendo. A través de la oración -que es la ley espiritual más poderosa-, yo puedo pedirle a Dios que me ayude, que intervenga en mi vida. Pedirle desde que me quite el mal genio, la ira, el enojo, hasta bienes materiales, un buen trabajo, que me conceda progreso. Si se lo pedimos Dios interviene, pero cada uno de nosotros tiene que hacer su parte. Pedirle a Dios algo no es ir a retirar plata de un cajero. Es pedir sabiduría, restauración, nuevas oportunidades, pero en simultáneo salir a trabajar por ellas y saber esperar.
La importancia de orar por otros. Por su sanidad física, por su restauración emocional y espiritual, por su felicidad. El acto de mayor bondad que podemos tener es orar por otras personas. Mi oración permite que Dios intervenga en la vida de otros. Por ejemplo, yo sé que soy el resultado de las oraciones de mi mamá y sabiendo eso, oro siempre por mis hijos. No oro solo por mi familia, amigos y gente querida, sino también por aquellas personas que ni conozco, pero que se ven con sed de Dios. Tengamos siempre presente que todo lo que hace Dios aquí en la tierra, lo hace en respuesta a nuestras oraciones. Nunca subestimemos el poder de nuestra oración. Seamos generosos y oremos por otros, hoy lo hacemos por nuestros hermanos, mañana lo harán otros por nosotros.
Somos lo que somos por la oración. Lo que declaramos y lo que otros declaran para nosotros. Nuestras plegarias permiten caminos abiertos, buenas personas a nuestro alrededor, nuevas ideas. La oración nos edifica, nos nutre, nos inspira. Nos llena de valentía y de confianza. Hace que suceda lo impensado, lo improbable. Nos conecta con nuestra más noble esencia, con un deseo genuino de servir. La oración nos da la generosidad de espíritu para perdonar, para sanar nuestras heridas. Nos ayuda a ver con los ojos de Dios cada situación. Nos catapulta a lugares donde no hubiésemos ni imaginado estar. Nos hace arquitectos de una vida mejor, no solo para nosotros, sino para los que están a nuestro alrededor. Nos convierte cada vez en una mejor versión.
“No tienen lo que desean, porque no se lo piden a Dios”. Santiago 4:2
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