A fines de 2006, trabajé en el proyecto de Sony Style Santa Fe en Bogotá, cuando estaba terminando la universidad. Estábamos ya a portas de la inauguración de la tienda y yo tenía el examen final de la última materia de la carrera. Le pedí permiso a mi jefe para poder ausentarme e ir a presentar el examen. Me dijo: - No hay problema, ve tranquila -. Yo estaba al día con toda la capacitación e incluso me habían hecho un reconocimiento público hacía poco por haberme destacado durante el proceso de entrenamiento. Presenté mi examen, lo pasé y estaba súper feliz porque oficialmente había terminado la carrera de Ingeniería. Al día siguiente me presenté al trabajo y le pregunté a mi compañera de área si habían explicado algo nuevo o diferente el día anterior. Me respondió: -No nada, tranquila, no te preocupes-. Llegó el día de la apertura de la tienda: Alegría, nervios, expectativa. Una gran satisfacción por todo el proceso de aprendizaje de casi 3 meses de capacitación intensa. Yo era la cajera principal. La primera compradora de la tienda se dirigió a mi caja, acompañada del gerente. Le recibí el dinero del pago, le empaqué su compra. En el mientras tanto de fondo la algarabía, el aplauso y la foto por ser la primer venta. Y sobrevino la escena final: La clienta se dirigió a la puerta de salida, y el detector de seguridad se disparó y comenzó a sonar durísimo. El gerente me voltea a mirar desde la puerta rojo y molesto. Yo no le había quitado el pin de seguridad al artículo y por eso se había disparado la alarma.
En ese momento miré a mi compañera, quien con una risa no sé si burlona o sarcástica me dice: -Ay, ¿no te expliqué que había que quitarle el pin?- Intencionalmente no me había comentado de esa capacitación, fue algo adrede de su parte para afectarme. Me mantuve tranquila y sentí compasión por ella. Ni siquiera representó una ofensa, sino directamente un aprendizaje. Me remonté en ese momento, al instante una semana atrás, en que en medio de un grupo de más de 100 personas, mi jefe me había hecho un reconocimiento frente a todos, estando presente el Gerente Regional de Sony Japón. Y recuerdo su expresión de evidente desagrado. Y entendí lo que la había motivado: La envidia. A mi en mi casa, me enseñaron a alegrarme por los logros de los demás. Pero en la vida práctica he visto que muchos por sentirse amenazados por el brillo de otros, hacen lo que sea para ponerles el palo en la rueda: Comentarios malintencionados, sabotaje, burla. Y he comprendido que eso proviene de su inseguridad, de la incomodidad que les genera que otro obtenga lo que ellos no pueden. De su falta de Dios y de su inmadurez emocional.
La envidia es una competencia oculta, desleal y despiadada, derivada de una espiritualidad pobre. Si alguien es más atractivo, inteligente, carismático, próspero, ya representa un motivo para el envidioso. Le incomoda, le carcome, le molesta. La envidia es un camino oscuro, que desde mi punto de vista no vale la pena explorar. Encaminarnos por la senda de la envidia es además de una actitud de bajeza, una acción poco inteligente. Es un desgaste de vida, tiempo y energía. El envidioso sufre los logros y reconocimientos de los demás. Le da rabia, se siente en desventaja. La envidia es una podredumbre que se va anidando en el corazón, una enfermedad del alma. Ataca en diferentes momentos y etapas de la vida. Hay que estar preparados para hacerle frente y atajarla. Tomar inspiración para progresar y no encontrar motivos para hacer mal. La envidia viene por los celos, por la rivalidad y el deseo de obtener aquello que ha logrado obtener otra persona.
Hay muchas formas en que se demuestra la envidia. Hay un evidente desagrado y molestia por el bienestar del otro, que no se disimula. Aunque algunos envidiosos saben ocultarla, otros lo hacen con falsa melocería. Por ejemplo, hay personas a quienes les molesta que otra persona caiga bien a donde quiera vaya. Hay personas con un ángel natural: Todos las quieren y simpatizan a dondequiera que van. Y esto genera un resquemor, que viene como resultado de una baja autoestima. Hay codicia y miedo, pero especialmente una tristeza profunda por no ser o tener lo de la persona envidiada. Al final la envidia es intranquilidad y falta de satisfacción por lo que tenemos. No hay que estar mirando al resto, es cuestión de darle valor a lo nuestro. Brillemos, no hay necesidad de opacar. Hay un universo inmenso en el cual todos podemos ser estrellas.
“Un corazón tranquilo es la vida del cuerpo, la envidia es la caries de los huesos” (Proverbios 14:30)
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