“La esperanza es lo último que se pierde”, solemos escuchar. Y de hecho, es uno de las virtudes humanas más importantes y determinantes, que nos ayuda a mantenernos con la fé y la perseverancia necesarias para lograr nuestros objetivos, y ver son ilusión y confianza el futuro. Por supuesto que hay realidades de nuestra sociedad -hablando a nivel macro-, que afectan nuestro nivel de esperanza como individuos: Desigualdad, violencia e injusticia, por ejemplo; y otras a nivel personal - inherentes al desarrollo normal de la vida - como el fracaso, la desilusión y las pérdidas.
Lo anterior naturalmente sería motivo de desánimo y desesperanza. Sin embargo, la esperanza nos permite ver desde una perspectiva confiada y optimista lo que vendrá. La esperanza es la capacidad de esperar siempre lo bueno, a pesar de los tropiezos del camino. Es una decisión personal, familiar, de pareja, de sociedad. Como toda virtud necesita cultivarse, y es justamente a través del amor, la bondad y la alegría que podemos hacerlo. No es una negación de la realidad que no nos gusta, sino una aceptación con paz de la misma y a la vez, un firme propósito interior de hacer las cosas necesarias para que tanto yo, como los demás estemos mejor.
Dentro de nuestro proyecto de vida, deseamos cumplir los propósitos que nos hemos fijado. Tenemos expectativas frente a las personas, las circunstancias y las relaciones, las cuales pueden o no cumplirse. Y si no se cumplen, no significa que debas perder la fé -si es algo por lo que realmente estás dispuesto a trabajar y a persistir- sino cargarte de renovada esperanza para continuar. Y aquí es clave la objetividad, porque puede que lo que anhelas no sea algo realmente importante, sino un capricho. Lo que te hace perder energía y te desvía, del objetivo real y más profundo que tienes.
La felicidad acompaña siempre a la esperanza. Las personas alegres inspiran esperanza. A tu expectativa, la tienes que cargar de fé, de certeza de las cosas que todavía no pasan. Ten presente que aunque se demore, llegará con absoluta seguridad. A veces la espera parece larga, pero hay un final y además feliz. Hay que tener siempre la esperanza contigo en el máximo nivel posible, porque es un antídoto para la incertidumbre que tanto nos afecta emocional y espiritualmente.
Tenemos el poder de transformar nuestra realidad, a través de la actitud con la que la abordemos. Y ojalá siempre sea con esperanza!
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