Lo que pasó, pasó. Lamentarnos por lo que pudo ser y no fue no tiene ningún sentido. Lo que tiene todo el sentido es enfocarnos en lo que podemos hacer hoy con nuestra vida. No desperdiciemos nuestro valioso tiempo y energía mortificándonos por lo que ya pasó. Repasarlo incesantemente nos desanima y no soluciona, ni cambia absolutamente nada. Tomemos el aprendizaje y decidamos seguir adelante. Quedarnos anclados en que “si hubiéramos hecho esto o aquello”, no va a cambiar nuestra realidad. Lo que va a cambiar las cosas es lo que hagamos de hoy en adelante. Las experiencias nos dan madurez y nos perfilan hacia lo que realmente queremos ser, tener y hacer. Seamos compasivos con nosotros mismos, para perdonarnos si fallamos y también compasivos con aquellos que nos han fallado. Decidamos vivir la vida que queremos ahora, no sigamos arrastrando las heridas del pasado ni permitamos que nos sigan haciendo daño.
La mejor edad es la que tenemos. Cada edad nos brinda diferentes posibilidades. Seamos “jóvenes” o “viejos”, nunca es demasiado tarde. Pretender vivir como si fuéramos de 15, o súper restrictivamente como si fuéramos personas limitadas por la vejez, no es bueno. Vivamos la edad que tengamos con alegría y dignidad. Cuando somos jóvenes, pensamos que seremos felices cuando terminemos el colegio. Cuando terminamos el colegio, pensamos que seremos felices cuando terminemos la universidad y así sucesivamente. Y la vida se nos pasa imaginándonos que la próxima etapa será mejor y dejamos de disfrutar la actual. Cada etapa es especial y hace parte de la vida. Pretender “saltarnos” el proceso natural de las etapas, solo nos deja sinsabor y frustración. Naturalmente hay etapas de la vida que disfrutamos más que otras, pero no significa que las que disfrutamos menos no sean necesarias. Generalmente las etapas que más nos cuestan, son las que nos dan mayor satisfacción y nos procuran mayor crecimiento.
Vamos cambiando de roles con la edad. Ayer éramos hijos y hermanos, y hoy somos padres y tíos. Y con el pasar del tiempo seguiremos sumando roles. Disfrutemos los roles que tenemos hoy desde nuestra realidad particular. Sea como amigos, novios, esposos, estudiantes, trabajadores. Cada rol que se va sumando a nuestra vida, implica responsabilidad, pero también un enorme aprendizaje. Demos lo mejor. La vida en sus ciclos nos va mostrando que todo va y viene, pero lo que queda es la huella positiva que dejemos en nuestro caminar. Que las personas que compartan con nosotros, nos recuerden por lo bueno. Sumémosles. Que aunque los años pasen y los roles cambien, seamos los mejores seres humanos posibles y nuestra esencia buena siempre permanezca. Que las malas experiencias no sean excusa para dejar de ser buenos, sino una motivación para trabajar aún más fuerte por seguir siéndolo.
La edad es la del alma. Podemos ser jóvenes marchitos o viejos espléndidos. Nuestra edad no la determina nuestra edad cronológica, sino nuestra actitud frente a la vida. Me encanta ver aquellas personas que irradian luz, que transmiten tranquilidad, que se expresan con sabiduría y gratitud. Que no se escuchan renegar, que nunca hablan mal de los demás. Que disfrutan de lo sencillo, que ríen seguido y que no dejan que nada ni nadie perturbe su paz. Que no permiten que las ofensas les causen heridas, que son compasivas y que no cesan de brindar amor y bondad. Dan sin esperar a cambio, perdonan rápido y tienen una enorme capacidad de disfrutar. No se toman nada personal. Saben en qué momento callar y en qué momento hablar. Son alegres, generosos. Saben escuchar y siempre aconsejan la paz. Son almas sin edad, que gozan mientras pueden y que nos enseñan que la vida es un regalo que hay que honrar.
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