Recuerdo a un compañero de la universidad que era súper inteligente, se ganaba beca casi todos los semestres por su rendimiento académico; además de estudiar ingeniería conmigo, trabajaba, tenía novia e iba a la iglesia. Parecía el hombre orquesta, de tantas cosas que hacía y todas las hacía bien. Era excelente persona, siempre dispuesto a ayudar y con muy buena actitud. Recuerdo, que para ese momento tener computador portátil era todo un lujo y él tenía uno, que generosamente me prestaba cuando tenía exposición de alguna materia. Una vez le pregunté: ¿Cómo haces? Tienes el combo perfecto para ser una persona admirable y digna de imitar, y sin embargo, eres tranquilo y humilde, no te gusta el protagonismo. Me respondió: “Lo que hago con los reconocimientos que me hacen, es no prestarles mucha atención, para no creerme que soy bueno y dejar de avanzar”.
“Dios resiste a los soberbios y le da su gracia a los humildes” (Salmo 138:6). Lo opuesto a la soberbia y al orgullo, es la humildad. La persona humilde es agradecida, y el orgulloso ingrato. El humilde sabe ponerse de lado, para que otro reciba el reconocimiento. Si alguien es mejor que el orgulloso, éste lo critica. El humilde reconoce lo bueno en los demás, sabe reconocer los logros de otros. El orgulloso en las conversaciones, solo habla de él. Por el contrario, al humilde le agrada que otros brillen. El orgulloso se pone a la defensiva cuando le va mal, en cambio el humilde lo reconoce y aprende de otros para mejorar. El orgulloso tiene un deseo compulsivo de ser alabado. El valor del humilde no lo determinan los demás, él sabe de su gran valor.
“El ego es el mentiroso que se hace pasar por nosotros”, como diría Claudio María Dominguez. Creer que nos define nuestro curriculum u “hoja de vida”, como le decimos en Colombia, es un error muy frecuente. Nuestros títulos, los trabajos que hemos tenido o las empresas en las que hemos trabajado, los bienes materiales que poseemos y nuestro nivel de ingreso, los viajes que hemos hecho, la marca de la ropa que usamos, incluso el apellido de nuestra familia y la influencia que pueda tener en la sociedad, eso no somos nosotros. Pretendemos que algo externo nos defina y ahí está la gran falla. El ego se alimenta del reconocimiento de los demás, del protagonismo, del pretender ser el centro de todo, de creernos importantes e indispensables, cuando simplemente somos seres útiles y pasajeros. Como mi papá decía en vida: “Uno es útil, más no necesario”.
Esos espejismos que nos hacen creer que somos importantes, cuando simplemente tenemos una aparición o injerencia circunstancial en las cosas que acontecen a lo largo de la vida. Suele pasar que cuando nos va bien en nuestra carrera profesional, cuando somos exitosos en nuestros trabajos, y nos comenzamos a creer el centro del mundo, nuestro orgullo empieza a elevarse y se nos nubla la visión. Vienen las ínfulas de superioridad y esa necesidad de minimizar al otro, para creernos que somos supuestamente mejores que los demás. Todos necesitamos de todos, y si bien siempre vamos a encontrar referentes en las distintas etapas de nuestra vida, personas que por su conocimiento nos inspiran y han logrado lugares de reconocimiento y distinción, lo que realmente las engrandece es su capacidad de compartir sus experiencias y aprendizajes, y su humildad para poner su conocimiento al servicio de los demás. Y son ampliamente generosos, sin ninguna otra pretensión que la de ayudar a los demás. No buscan figurar y llevarse los créditos, ni la atención a donde quiera que van, simplemente dar.
El ego es una distracción, que nos desvía de seguir creciendo y avanzando. Quien se hace consciente de la necesidad de seguir creciendo, aprendiendo, reinventándose, se aleja de la tentadora trampa del ego. El ego te habla al oído de lo bueno e inteligente que eres, de tus capacidades que destacan respecto de las de los demás, de tu racha ganadora, de tu época dorada, de lo atinado que has sido en tus decisiones. No está mal automotivarse con las capacidades que sabemos que tenemos y los logros obtenidos, pero sí está mal el asumir que eso somos nosotros, porque nos estanca, no nos permite ver más allá y avanzar. Somos más que los logros, diplomas y aplausos que hayamos recibido. Siempre van a venir retos nuevos y hay que estar preparados para ellos, siendo humildes y sabiéndonos rodear de buenas personas.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!
Bendiciones para ti!