Algo bueno siempre resulta de cada experiencia. Siempre aprendemos algo, nos fortalecemos, nos conocemos mejor. Nada ocurre en vano. Todo tiene un propósito mayor al que podemos ver en un inicio. Por más empedrado y empinado que sea el camino que estemos pasando, siempre cada experiencia trae consigo un morral de aprendizajes. La certeza de que de todo ese torbellino de desafíos resulte algo bueno, nos da esperanza renovada para continuar. El agotamiento nos nubla y nos hace creer que no podemos más, pero la fé recarga nuestras energías. No es que el universo se haya confabulado ni mucho menos ensañado en contra de nosotros, simplemente nos está poniendo lo que necesitamos para crecer y avanzar. Lo que nos pasa no nos ocurre porque sí, hace parte de un plan divino para evolucionar.
Cada situación y cada persona es un maestro. De cada experiencia de vida y de cada relación no salimos iguales. Somos seres en constante aprendizaje. Cada situación, especialmente las que se tornan repetitivas en nuestra vida, nos muestra aquello que necesitamos trabajar. Esa lección que necesitamos aprender. Esos patrones que necesitamos romper. Esas heridas que necesitamos sanar. Esos carencias e inseguridades que necesitamos trabajar. Esos miedos que necesitamos superar. A través del compartir con otras personas y de las experiencias que vamos teniendo nos exploramos y vamos aprendiendo a conocernos y gestionarnos mejor. Que las experiencias difíciles no nos endurezcan, sino nos hagan más fuertes y más compasivos. La vida no es un pulso con nadie, es un reto con nosotros mismos. Reconciliémonos con aquello que hubiésemos querido recibir en nuestra vida y que por x o y no recibimos, y comencemos a darlo: ¡Ahí ocurrirá la magia!
No culparnos por establecer límites. Decir no puedo o no quiero, también es una respuesta. No nos sobrecarguemos por quedar bien, o por no herir susceptibilidades. Es realmente sano y necesario saber decir no. Que no vayamos en detrimento de nuestro bienestar. Nuestra salud mental depende en gran medida de qué tan coherentes seamos: Si no queremos algo, si no tenemos ganas, si no nos sentimos cómodos, digamos no y listo. Sin tanta explicación. Nos ahorraremos mucha energía y muchas neuronas. Si somos respetuosos con nuestros propios límites, los demás lo serán también con nosotros. Será una consecuencia natural. Más allá que culturalmente carguemos con el peso de cumplir y quedar bien, y de qué pensara el otro si le estamos haciendo un desaire al decirle: No, gracias. No tenemos que quedarnos afectados y compungidos por dar un no, si es lo que queremos en ese momento. Honremos lo que sentimos.
Hasta la próxima!