Las buenas intenciones

Lilicitus
5 min readJun 7, 2019

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Hace 10 años me pasó que sensibilizada por la historia que me contó un hombre -de aproximadamente 65 años- que timbró en mi casa, que según él recolectaba ropa para niñas en situación de abandono y que querían hacer su primera comunión, creí en su relato- y también en la sinceridad que daba por sentada en un hombre de su edad- y le di dinero y ropa nueva para la supuesta niña de quien iba a ser madrina. Incluso, le había contado la historia a un compañero de la oficina y él me había aportado también dinero para la niña. El susodicho hombre fue durante 3 fines de semana seguidos a la puerta de mi casa, me mostró fotos de las supuestas niñas y me dijo que había un bus que el Domingo de las Primeras Comuniones, iba a estar llevando gente del barrio que como yo, había aportado e iba a ser madrina o padrino de alguna niña. Para mi sorpresa, llegó el esperado Domingo y el bus nunca apareció. En el teléfono que me había dejado de contacto, no contestaban. Me imaginé que tal vez habían tenido algún inconveniente y como era temprano todavía, pensé: Pues llego por mi cuenta y listo. Mi mamá me escuchó y en su sabiduría y solidaridad de madre me dijo: Yo te acompaño. La supuesta fundación era en la otra punta de Bogotá. Justo llegó una amiga de mi mamá de visita a la casa y emprendimos las 3 el que terminó siendo un largo viaje -prácticamente un city tour que nos llevó toda la mañana y parte de la tarde-. Nunca encontramos la dirección, la dichosa fundación no existía. Con decirles que hasta un tramo del recorrido nos acompañó el ejército, porque había base militar en esa zona y nos dijeron que no era seguro que fuéramos solas por ese camino. Me parecía increíble tremenda travesía, que se había originado del deseo genuino de servir, de mis “buenas intenciones” y que gracias a Dios no había terminado en alguna otra cosa que hubiera afectado nuestra integridad y seguridad.

Al ayudar a otros están involucradas de nuestra parte las mejores intenciones y buenos sentimientos, y eso es algo maravilloso, que habla de la grandeza de una persona. Servir es un acto voluntario, que conjuga amor, caridad, compasión y empatía; que implica desapego e intención desinteresada. Ayudar implica una acción concreta: Amar, escuchar, perdonar, dedicar tiempo, enseñar, alimentar, brindar asistencia, dar abrigo, etc. El ayudar nos genera una sensación única de alegría y satisfacción, de hacer el bien sin mirar a quien, como reza el refrán. Algunas veces en nuestro deseo de ayudar, somos incautos e ingenuos, no le ponemos malicia a las historias que nos cuentan, creemos en la buena fé de las personas y desafortunadamente terminamos engañados. Puede que saquen un provecho circunstancial de nosotros, pero si la intención en nuestro corazón fue sincera y auténtica, es algo que al final cuenta como positivo y no como pérdida. Es aprendizaje para nosotros y karma para el otro. Ya habiendo tenido una experiencia así, vamos a indagar más para la próxima, y no vamos a caer una segunda vez tan fácilmente. Hay personas que apuntan directo a nuestra emoción, buscan sensibilizarnos con historias conmovedoras, generar confianza con discursos convincentes y generar finalmente en nosotros esa motivación a darles lo que dicen necesitar.

Por supuesto que también hay personas que valoran la ayuda desinteresada y oportuna que les brindan. Aprecian un favor a tiempo y generan un vínculo muy fuerte de gratitud. Ayudar a los demás es una tarea que además de generosidad y empatía, implica mucha paciencia y tolerancia a la frustración. Si bien cuando uno por decisión y cuenta propia decide servir, motivado por una buena intención, asume la posibilidad de que le agradezcan o no, de que le pasen a exigir como si fuera obligación o no, o de que en el mejor de los casos, sea una persona que valore la ayuda y siga contribuyendo a una cadena de favores; se asume el reto de que pase cualquier cosa, cuando pasamos de la intención a la acción y más tratándose de servicio a los demás -que pueden ser desconocidos o no-. Algunos se acostumbran y acomodan en el rol de ser servidos, no les gusta hacer sino que les hagan, son perezosos y siempre tienen excusas para no hacer. “Hay que enseñar a pescar y no dar el pescado”, porque a veces por querer hacer más hacemos a las personas dependientes y extremadamente cómodas.

Las buenas intenciones son maravillosas, porque movilizan lo más hermoso que hay en nosotros, que es la capacidad de ayudar, de dar, de brindarnos. Hablan de nuestra capacidad generosa de asistir a otros, desde una intención espontánea y sincera, buscando que la otra persona se sienta bien. Muchas veces surge de nosotros ese deseo de ayudar, porque nos ponemos en el lugar del otro, nos imaginamos cómo sería tener su misma necesidad y asumimos el dar como una forma de brindarle amor, de reconfortar su corazón, de aliviar su carga. Cuando uno asume el reto de llevar a una acción una buena intención, desencadena un sinnúmero de otros buenos sentimientos como el desapego y la generosidad. Sin embargo, es también importante hacer claridad, que lo que para nosotros puede ser una buena intención, puede que para quien lo reciba no, y también hay que estar preparados para eso. Muchas veces tenemos una visión romántica de cómo recibirá el otro nuestro gesto, nos imaginamos la escena con alegría, con gratitud, y puede ser todo lo opuesto, y eso no está bajo nuestro control.

De otro lado, está también el perfil de persona que no pasa de la buena intención. Tiene buenos sentimientos y ganas de ayudar, de hacer, de emprender algo nuevo, pero no hace. Posterga la acción para cuando estén las “condiciones ideales”. Al final es un manojo de buenos deseos e intenciones, pero no trasciende de ese escalón. Muchas pueden ser las causas, pero al final, como lo que cuenta es hacer, se quedan en proyecto sus buenas intenciones. Al no hacer, cuando se trata de emprendimientos y proyectos nuevos por ejemplo, se van acumulando miedo y dudas con el paso del tiempo, se alimenta la procastinación (ósea el aplazar las cosas) y se encuentra más gusto en la zona de confort, en lo conocido. Que cada uno haga lo que lo haga feliz, con su estilo y con sus tiempos. Y lo más importante, que sus acciones trasciendan sus buenas intenciones, porque nuestra historia se escribe haciendo. Llevar a cabo nuestra intención (buena o mala) puede demorar más o tomar menos tiempo, pero es lo al final de cuentas que nos permite aprender y crecer: El hacer.

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Bendiciones para ti!

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Written by Lilicitus

Me apasiona escribir sobre valores humanos y espiritualidad. A través de reflexiones y anécdotas, busco inspirar, aportar perspectivas y conectar con el corazón

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