Las circunstancias de la vida nos llevan a sacar fortaleza y a adquirir confianza. Cuando falleció mi papá, teníamos una situación económica difícil en la casa. Decidimos con mi mamá ponernos a vender perfumes. Algunas eran ventas en “frío”, es decir, abordar gente que no conociéramos en la calle o un centro comercial para ofrecerles el producto. Ahí como se imaginarán, no había mucho margen para tener pena. Había que proyectar seguridad, más allá de los nervios normales. Y fue un tremendo entrenamiento, del cual aprendí mucho. No sé si fueron las ganas, la necesidad o el sentirme libre de cualquier prejuicio, pero me fue muy bien. Posteriormente, cuando entré a la universidad comencé a vender dulces, galletas, chocolates, para ayudarme con los gastos. Para ser súper sincera, no me daba pena. El reto estuvo en venderle a personas de otras carreras y de otras universidades. Yo estudié en la Universidad Distrital de Bogotá, que es pública, y la universidad de en frente era privada, con otro perfil de estudiantes (socioeconómicamente hablando). Y un día — Viernes me acuerdo-, después de terminar clases, tenía todavía unas galletas para vender. Y como mi objetivo era siempre irme con mi bolsa de dulces vacía, decidí ofrecérselas a un grupo de chicos de la Javeriana -la universidad privada de la que les hablaba-. Cero vergüenza los abordé, y me terminaron comprando frente a mi insistencia. Reconozco que me alcancé a sesgar un poco frente al comentario de una amiga que me dijo: “Ay no qué pena, ni vayas”. Pero lo hice de una, no me di tiempo ni de pestañear.
Todos lidiamos en menor o mayor medida con inseguridades. Nuestras inseguridades pueden tener diferentes causas u orígenes: Temores alimentados por mucho tiempo, experiencias de rechazo y desaprobación, burla de otros, dependencia emocional y falta de autonomía, falta de confianza en nosotros mismos y nuestras capacidades, miedo a hacerlo mal. Para algunos una causa puede ser el cargar el peso de la aprobación de los demás. Un peso que se vuelve limitante, porque dejamos de hacer lo que queremos o necesitamos por miedo a no cumplir las expectativas de los otros. Convertimos sin querer la opinión de los demás en el más grande obstáculo y excusa para no hacer lo que nos gustaría. Cuando no tenemos seguridad en nosotros mismos postergamos hacer las cosas, las dilatamos para evitar enfrentarnos a la incomodidad de sentirnos vulnerables. Pensamos que eso nos va a proteger y lo usamos como mecanismo de defensa. Y a la larga, lo que esto hace es acomodar y profundizar más nuestra inseguridad. Si bien a veces la presión social es brutal, enfrentarnos a nuestros temores es la mejor manera de superar nuestras inseguridades: Porque nos pone cara a cara con ellas. Aunque nos duela el estómago, sudemos frío, tartamudeemos, intentémoslo. Es la única y más efectiva forma de hacerlo.
Plantearse desafíos hace la ruta de aprendizaje más entretenida. Uno de los logros más poderosos que podamos tener, es superar una inseguridad. Llámase hablar en público, conducir un auto, llevar a cabo un emprendimiento. Hay una variedad tan amplia, como maneras de ver la vida. Lo que es trivial para alguien, puede ser un mundo para otra persona. Si dentro de nuestros desafíos diarios está intentar superar una inseguridad, la confianza en nosotros mismos aumentará. Es un entrenamiento mental y emocional, un ejercicio que nos hará ganar valentía y convicción, e irá haciendo cada vez más pequeño ese temor. Habrá un lenguaje corporal que acompañe esa confianza que vamos ganando y al final lograremos conseguir esa seguridad fortalecida por la que hemos trabajado. Si los miedos e inseguridades paralizan, la acción empodera y dinamiza. No dudemos ni un solo instante en intentarlo. Al final, ¿qué es lo máximo que puede pasar? No nos conformemos con seguir igual, lancémonos a conquistar esa versión más segura que deseamos de nosotros mismos. Y decidamos salir del tóxico mundo de la perfección, que tanto mal nos hace.
Cada uno experimenta y afronta sus inseguridades de forma distinta. Algunos se ponen a la defensiva, unos no hacen nada y otros enfrentan sus inseguridades. Desde una inseguridad por nuestra apariencia física, hasta alguna por no considerarnos con habilidad en interacción social -por citar un par de ejemplos-, cada uno afronta inseguridades de distinto tamaño y forma, que afectan nuestro nivel de confianza. Esta cuarentena está siendo muy reveladora para todos. Nos está trayendo más claridad y mayor conciencia en muchos aspectos de nuestra vida. Fijémonos en qué nos ata, que no nos permite ser realmente libres. Le damos tanto énfasis a lo negativo, que perdemos de vista las cosas lindas en nuestra vida. Y aún más en el contexto actual de confinamiento, donde a nuestras inseguridades se suma la incertidumbre porque no sabemos qué vendrá. Todos en algún momento de la vida nos hemos enfrentado a la envidia, a la comparación y a los comentarios. Que eso no nos amilane, sino nos haga más fuertes y nos lleve a brillar con mayor intensidad. Cada uno vive una experiencia de vida profunda, intensa y hermosa. Una experiencia de vida única. ¿Vinimos a evitar o a experimentar la vida? Porque si la evitamos, estamos perdiendo el tiempo y viviendo un sinsentido. Proyectemos esa foto final que deseamos lograr. Creámonos el personaje en el que deseamos convertirnos, para terminar siéndolo. Enfoquémonos siempre en avanzar. No permitamos que pase un día si dar pasos en la dirección que queremos. Siempre hay razones para hacerlo.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap 👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!
Bendiciones para ti!