Nunca es tarde. Decidí emprender el proyecto de este blog hace casi 2 años. Venía haciendo una especie de “blog”, pero me faltaba estructura, publicar con más frecuencia, tener acopiada toda la información en un solo lugar. Y contra todo pronóstico, convertirme en mamá -teniendo 18.000 cosas más para hacer por día-, decidí retomar el proyecto de escribir. Es un compromiso conmigo misma y un legado para mis hijos. Una forma de expresarme y compartir con el mundo mis ideas. Pensamientos, o mejor excusas como: “Si lo hubiera empezado antes”, “no tengo suficiente tiempo”, “no soy escritora de profesión”, contraen en vez de expandir, así que decidí suprimirlos. Y entender que ahora es el momento perfecto para emprender lo que quiero. Entender que nunca es tarde.
Pensamos mucho la vida y la vivimos poco. Los bebés crecen muy rápido y nos hacen más conscientes del paso del tiempo. Nos llevan a reflexionar acerca de qué tanto planeamos la vida y qué tanto la vivimos realmente. Nos llevan a estar más presentes y a disfrutar más el regalo del ahora. A veces tenemos una planeación tan exhaustiva de la vida, que se nos pasa vivirla. Es un acto responsable planear y pensar en el futuro, pero igualmente lo es vivir y disfrutar. A veces vivimos atiborrados de pensamientos, de actividades pendientes, de hacer y hacer, y se nos va la vida. El tiempo es un regalo y qué lindo poderlo disfrutar al máximo. En un marco razonablemente responsable, es importante planear lo que queremos hacer en cada etapa de nuestra vida, pero no menos importante darnos un margen para vivir como simplemente se den las cosas. En otras palabras, dejar que la vida fluya.
Los seres humanos vamos ganando y perdiendo conforme vamos creciendo. Ganamos prejuicios, sumamos responsabilidades. Usamos máscaras para protegernos. Obvio que no todo es malo, pero en esa carrera de ser “adultos” vamos perdiendo a veces sin quererlo nuestra capacidad de disfrute y coartando nuestra espontaneidad para “encajar”. Entramos en una competencia absurda con el otro, sin entender que el viaje es distinto para cada uno. A veces observo con tanta emoción a mi hijo siendo cariñoso y generoso con otros niños, una condición natural que todos al ser pequeños tuvimos y que fuimos perdiendo -en mayor o menor medida- conforme íbamos creciendo por nuestro entorno social. Perdemos la inocencia, la capacidad de juego, la fantasía, la imaginación, la capacidad de soñar. Y desafortunadamente también a veces la confianza en los demás. El espíritu del niño es maravilloso, procuremos alimentarlo siempre a pesar del paso de los años. ¡Que se mantenga vivo en nosotros!
El valor de la inocencia. Cuando se es un ser transparente sin prejuicios, cuando vemos la vida y todas sus manifestaciones con genuino amor, cuando somos generosos de forma desprevenida, allí acontece la magia de la inocencia. Esa es justamente la característica más hermosa y sublime de un niño. Esa inocencia que los lleva a ver lo bueno en las personas, a ser amorosos, a expresar sus sentimientos. No hay maldad, ni las malas intenciones en la ecuación. La inocencia hace que los niños vivan de una forma más libre y elevada, y menos condicionada. No hay predisposiciones, ni juicios. Gozan de la libertad de preguntar si no se saben, son curiosos y espontáneos. Tienen pureza de alma. Los niños son nuestros grandes maestros. Y el gran reto como padres es saberlos acompañar mientras crecen, para que no la pierdan y la atesoren como su mejor filtro para ver el mundo.
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