Motivos para continuar tenemos muchos: Nuestro amor a la vida, nuestra familia, nuestro deseo de poner al servicio de los demás nuestros dones. ¿Qué es lo que más extrañamos de nuestra vida normal? La lista varía de unos a otros. La mayoría extrañamos tener diversidad de actividades dentro y fuera de la casa, el compartir con familia y amigos, el hacer actividades al aire libre, el viajar. En la lista también se incluye ir al cine, al teatro, hacer deporte, tomar un café, ir a “vitrinear”, entre muchas otras. Yo extraño en particular ir a misa el Domingo, por el ambiente acogedor y la explicación sencilla que hace el sacerdote del evangelio. En general, para muchos la vida ha pasado a ser un poco más caótica de lo que era habitualmente. Ahora nos toca hacer nuestro mejor intento de hacer todo en un mismo y único espacio. En mi caso desde mi casa: Homeoffice, atender a mi bebé, cocinar, limpiar y sacar tiempo para escribir, por mencionar solo algunas actividades. Sin embargo, toda esta situación que nos modificó la normalidad de un día para el otro, me recordó que todo cambia: Lo queramos o no, lo esperemos o no.
Lo positivo de este tiempo de Cuarentena. En mi caso, el compartir virtualmente con mi familia y amigos de siempre, el reencuentro con las clases de rumba del gimnasio al que iba en Colombia (por Instagram), el medírmele a cocinar más en forma, que era algo a lo que le hacía el quite con la excusa de la falta de tiempo. El retomar el contacto con una amiga con quien no hablaba hace mucho tiempo, el auto-capacitarme en temas que me sirven para mi trabajo y me dan herramientas para hacerlo mejor. Me ha ayudado a ser más agradecida, a valorar las cosas realmente importantes. Ha potencializado en mí el estar más dispuesta a aprender cosas nuevas. Ha fortalecido mi capacidad de adaptación. Me ha enseñado la diferencia entre necesidades y caprichos. Me ha recordado la importancia de vivir un día a la vez. Me ha recordado la importancia de enfrentar mis temores para vivir en paz. También me ha hecho consciente de que aunque estemos “estáticos”, nuestra vibración interna continúa. Y me ha recordado la premisa de tener una mente tranquila, para tener un corazón más alegre.
Una reflexión que he hecho en este tiempo: Además del cuidado del cuerpo, procurar también el cuidado espiritual. Nos recomiendan lavarnos las manos, desinfectar absolutamente todo. Mejor dicho, una limpieza extrema, casi milimétrica. Y de nuestro interior, ¿qué? ¿Nos cuidamos con esa misma frecuencia e intensidad? ¿Es realmente una prioridad para nosotros cuidarnos espiritualmente? Esta pandemia ha traído a la mesa preguntas profundas acerca de la vida, de nuestra fragilidad y vulnerabilidad humanas. ¿Estamos aprovechando este tiempo para reflexionar sobre nuestra existencia? Creo que la lección más grande ha sido vernos condicionados a parar y a aislarnos, porque era algo que no teníamos previsto en nuestros planes y nos tocó adaptarnos. ¿Creen que esta cuarentena nos está llevando a ser más sensibles a la voz de Dios? Yo creo que en gran medida sí. Ha suscitado una búsqueda interior muy importante en muchos de nosotros.
Una pregunta que me he planteado: ¿Delegamos en algo o alguien más nuestra fuente de seguridad? Creo que Dios a través de la pandemia actual nos cuestiona acerca de nuestras aparentes seguridades. Hemos hecho un ídolo de nosotros mismos, de nuestro trabajo, de nuestras posesiones, incluso del entretenimiento que consumimos (Netflix, por ejemplo), de los deportes a los cuales somos aficionados; de nuestra inteligencia, del reconocimiento y aprobación que recibimos de los demás, de la vanidad (moda, peluquería, gimnasio), el dinero y la vida social, entre muchos otras cosas. ¿Qué pasaría si eso cambiara o directamente no lo tuviéramos más? ¿Dejaríamos de tener valor o pasaría a no tener sentido la vida? Claro que no. El miedo a perder lo que creemos es nuestra base y nuestro cimiento, nos hace seguir aferrándonos a lo mismo. Esos intermediarios que se roban el protagonismo y que nos hacen creer que eso somos nosotros: El trabajo que desempeñamos, el ego que alimentamos, los placeres y gustos que nos damos. Una dependencia enfermiza que nos hace distraer de lo verdadero e importante, y nos desvía de la búsqueda de una relación cercana con Dios. Nosotros no somos los títulos profesionales que ostentamos, o los cargos que desempeñamos, ni la familia maravillosa que hemos construido. Son sueños y proyectos cumplidos, pero no se pueden convertir en nuestros dioses (de d minúscula).
¿En dónde estoy y dónde quiero estar? Cada uno de nosotros tiene un punto de partida diferente en este momento. Cada uno tiene también una historia de vida y un contexto diferentes. Ninguno es igual al de los demás. Cada uno de nosotros sabe cuáles son los anhelos de su corazón, sus proyectos e ideales más grandes. Esta cuarentena nos ha hecho estar hambrientos de vida, nos ha alimentado las ganas de disfrutarla y de lograr materializar aquello que soñamos hacer. Esta pandemia nos ha recordado que no tenemos todo el tiempo del mundo para quedarnos pensando, que no podemos quedarnos llenos de indecisión y postergando, sino que debemos de una vez por todas intentarlo. Estemos cansados porque ahora tenemos el doble de trabajo, o con tiempo disponible, hagamos nuestro mapa de los sueños, una lista de proyectos y comencemos a darles forma hoy. Lo que hagamos hoy definirá dónde estemos mañana. No nos define el pasado, nos define nuestro hoy y la “berraquera”, determinación y empeño con la que construyamos lo que queremos conquistar. Comencemos con las cosas que queremos que no se repitan en nuestra vida, y definiendo las cosas que queremos hacer de una forma nueva. Saquemos la mejor tajada de toda esta experiencia, para que no sea en vano y salgamos definitivamente mejores.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap. Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!
Bendiciones para ti!