La culpa. Hay distintos tipos de culpa y en este post me quiero referir en particular a la culpa que experimentamos cuando hacemos o dejamos de hacer algo que no se corresponde con nuestra escala de valores. Entramos en un conflicto interno por haber hecho algo que no es coherente con nuestros principios y valores. Y es precisamente la culpa ese sentimiento que nos indica que no hemos actuado bien y que se puede reforzar enormemente con el señalamiento externo. Sin embargo, más allá de la connotación negativa de la culpa, puede verse también como una oportunidad de crecimiento personal. La culpa tiene muchas aristas y la más relevante, es la oportunidad de conocernos, resarcirnos y lograr una mejor versión de nosotros.
La culpa es el más grande de los lastres. Nos mortifica, nos drena energía y lo peor de todo, no nos permite avanzar. Nos consume nuestra energía vital a tal punto, que no la pasamos en un monólogo permanente y no pensamos en cosa diferente. Esa constante pregunta de qué hubiese sido sí, nos carcome la cabeza y nos inhibe avanzar. Nos auto-acusa, nos señala, nos maltrata. ¿Y cuál será la solución, el antídoto, la pócima mágica para sanarla? Pues nada más y nada menos que el perdón. Perdonarnos es el primer paso para superar la culpa. Y aclaro que perdonar no es justificar, ni tampoco dejar de asumir las consecuencias de lo que hayamos hecho mal. Es asumir con valentía y humildad que nos equivocamos, tomar el aprendizaje y decidir seguir adelante.
El fantasma de la culpa. Es ese auto-reproche que nos está constantemente martillando la cabeza. Es un bloqueante que nos priva de tener nuevas experiencias y asumir nuevos retos. Emocionalmente nos desgasta y nos amarga. Nos está permanentemente generando remordimiento, angustia y tristeza. Nos hace perder muchísimo tiempo y energía. Nos hace repetir una y otra vez en nuestra mente eso en lo que fallamos y nos lleva a un estado de profunda tristeza y frustración. De nada sirven los lamentos ni las lágrimas, sino van acompañadas del férreo deseo de salir adelante y de no quedarse en el hueco de la conmiseración.
La culpa nos enferma. La culpa nos enferma física y emocionalmente. Nos agobia al punto de afectarnos el cuerpo y la mente. La culpa hace que nos invada una sensación de no merecimiento, que nos convierte en muertos en vida. Le quita la alegría a nuestros días. Y si nos ponemos a pensar, no cambia en nada estarnos incisiva e incesantemente culpándonos. No soluciona absolutamente nada y sí nos consume la vida. Decidir pasar la hoja, es el mejor medicamento, porque nos llena de ilusión hacer algo nuevo. La culpa nos enemista con nosotros mismos y la compasión nos reinvidica. Que le ganemos la batalla a esa auto-condenación y nos llenemos de valor para decidir vivir una nueva temporada en nuestras vidas.
La culpa es la decisión de condenarnos. La culpa es un peso que voluntariamente decidimos llevar. Es una tremenda forma de castigarnos por derrotas, heridas, malas decisiones. Es un monstruo que alimentamos por no sentirnos dignos de una segunda oportunidad. Creemos que es más fácil condenarnos, que sanarnos. Vivir experimentando culpa es el camino más seguro para irnos apagando lenta y definitivamente. Dejamos de disfrutar la vida, nos sentimos indignos de ser felices. Recordemos que no estamos exentos de equivocarnos, pero sí tenemos la capacidad de sobreponernos a la culpa. Esa culpa que viene muchas veces como resultado de nuestros estándares de perfección. Reconozcamos humanos, no infalibles y capaces de escribir una historia personal que valga la pena contar.
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