Pretender agradar a todo el mundo, es además de súper agotador, desgastante. Nos genera insatisfacción y una tremenda frustración. ¿Cómo no depender de la aprobación de los demás, si eso nos hace populares, nos empodera, nos genera autoconfianza? Hacernos libres del peso de la aprobación, es la mejor decisión que podemos tomar. Sino, viviremos en una insatisfacción permanente, porque lograr tener a todo el mundo contento y a la vez lograr nosotros estar felices y conformes, es casi utópico. Nos ahorramos mucho en ansiedades e inconformidades, si aceptamos con paz que los demás son diferentes a nosotros, que procesan la información y los sentimientos de forma distinta, y que sus estilos de expresar son diferentes a los nuestros.
Todo el tiempo estamos lidiando con nuestras expectativas y con las de los demás. En ese proceso, están involucradas nuestras emociones, deseos e intereses, y por supuesto también las de las personas con quienes compartimos la vida, y las de aquellos con quienes interactuamos ocasionalmente. Muchas veces asumimos o damos por sentado que las cosas deben de ser de una manera, porque así lo vemos bajo nuestra lógica e historia de vida. Sin embargo, es completamente impredecible saber o anticiparnos a si algo que decimos o hacemos le va a gustar o no a los demás, y que vaya a ser en consecuencia motivo para afianzar relaciones y fortalecer vínculos, o para generar disgustos y malos entendidos, porque se esperaba algo que no se recibió o se recibió, pero de una manera distinta a la que esperábamos.
Justamente para evitar sentirse mal, no correspondido o no valorado en la forma y magnitud que esperamos, es clave entender que las personas a nuestro alrededor son diferentes y cada una tiene estilos de pensar, sentir y expresar completamente distintos a los nuestros. Vamos a esperar tal vez actitudes de reconocimiento, gratitud, amabilidad, etc., que tal vez no pasan por la cabeza y corazón del otro. Y no es que esté mal que el otro no nos brinde lo que esperamos, sino que eso nos afecte. Todo el tiempo la interacción con otras personas va a variar en función de las circunstancias e intereses particulares. Aceptar que no está bajo nuestro control cómo piensa y actúa el otro, nos alivianará muchísimo la carga. Y nos dará más libertad y dominio de las situaciones, el entender que nuestro gran poder reside en cómo nos tomamos las cosas y la gestión emocional que les damos.
También hay que tener en cuenta que las personas cambian. Ayer pudimos ser grandes amigos, grandes compañeros de trabajo, universidad, y hoy ya todo ha cambiado. Las relaciones a veces con el tiempo no son las mismas, para bien o para mal. En la vida podemos encontrarnos desconcertados frente a cambios abruptos de actitud, que nunca vamos a entender y que tampoco valen nuestra energía. Las relaciones humanas con hermosas, pero también complejas. Y a veces, por más buena intención, las relaciones no se mantienen en el tiempo. Todos tenemos roles circunstanciales y en consecuencia, relaciones circunstanciales también. Nosotros también cambiamos, cambian nuestras prioridades y comenzamos con el paso del tiempo a filtrar. Somos más selectivos, y nos dedicamos a relaciones donde la reciprocidad es el factor principal. Relaciones en las que damos, pero también recibimos.
Crecer implica madurar, y maduramos cuando entendemos que aceptar con paz lo que no podemos cambiar es fundamental. Nos trae calma, tranquilidad y nos evita mucho desgaste emocional. Naturalmente simpatizaremos con unas personas y con otras no, y eso no significa que algo esté mal con nosotros, o con ellos. Simplemente es la naturaleza de las relaciones. Si bien ser aceptado, contar con la aprobación y el aplauso de los demás, es una sensación agradable, no tiene que determinar nuestro esmero u obligación por agradar. Nuestra energía personal es invaluable, y decidir sabiamente qué destino le damos es aún más importante. Pensemos en nuestro gran valor, que este no esté definido por el índice aceptación que tengamos, sino por la calidad de amor y entrega que brindemos de forma genuina, y no condicionada.
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