Celebrar los pequeños comienzos. Estamos en medio de la cultura de la inmediatez, en un mundo vertiginoso que demanda que todo pase rápido y además sea exitoso. Una cultura “exitista” que nos demanda ser brillantes y sobresalientes en todo lo que hagamos. Y en ese contexto, nos cuesta lidiar con la espera, nos impacienta no lograr de forma express lo que deseamos y nos llena de frustración el tener que ir paso a paso. Y al fin y al cabo, son esos pequeños comienzos a los que solemos hacerles el quite, los que van perfilando grandes cambios y maravillosas conquistas en nuestra vida. Qué hermoso reconocer y celebrar esas pequeñas semillas que van germinando en nuestro camino, que aunque algunas veces no vayan acompañadas del reconocimiento de los demás, nos brindan gran alegría y satisfacción personal.
No nos abrumemos. No hemos empezado las cosas y ya nos sentimos abrumados. Decidamos empezar y disfrutar el proceso. Termina siendo un autosabotaje el encontrar mil y una excusas para no hacer, porque queremos tener las condiciones perfectas y lidiamos con nuestros vaivenes emocionales al anticipar que va a ser largo y difícil. Sufrimos y nos mortificamos porque queremos adelantar la película. Vayamos capítulo por capítulo, un paso a la vez. Aprendamos a ver lo bueno y a celebrarlo. Hay tantas cosas buenas por las cuales agradecer y celebrar. Dejemos de lado el miedo, la predisposición por experiencias del pasado y decidamos tener nuevos inicios. Dios nos acompaña y respalda la realización de nuestros sueños. Nada está perdido.
Darle valor a nuestros esfuerzos. Aunque no tengamos un “comité de aplausos” que esté ovacionando cada paso que demos, debemos reconocer lo valientes, decididos y determinados que estamos siendo para llevar adelante nuestros proyectos. Celebrar esos pasos que vamos dando, aunque los consideremos pequeños y veámos la meta todavía lejos, es parte de la estrategia personal para ir convirtiendo lo que queremos en realidad. Que dejemos el afán porque todo sea ya y reconozcamos los esfuerzos que vamos haciendo, celebrando cada paso que vayamos dando. Cada paso suma y quién mejor que nosotros para saber cuánto nos ha costado darlo. Démonos el permiso de disfrutar y celebrar cada avance, y no permitamos que la impaciencia por el obtener rápido el resultado nos frustre.
Una autoexigencia que nos impulse, pero que no nos sepulte. Tendemos naturalmente a compararnos. La comparación es un arma de doble filo: Nos inspira o nos amarga y nos bloquea. Sucede que al vernos respecto a otros, podemos motivarnos o frustrarnos, y eso depende de la gestión emocional y madurez de cada uno. No olvidemos que cada uno tiene una historia de vida única, diferente e incomparable. No nos llenemos de ansiedad, esperando que todo ocurra en un abrir y cerrar de ojos. Todo tiene su proceso y naturalmente su comienzo. Controlemos esa ansiedad natural porque todo se de rápido y démonos el espacio para disfrutar esos pequeños pasos que vayamos dando. Hagamos nuestra parte y dejemos que el resto fluya, con autoexigencia moderada y sin presión excesiva. Quitémonos el peso de las expectativas externas e incluso de las nuestras, y decidamos disfrutar el camino que vamos recorriendo.
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