El 2 de Mayo del 2001, mi mamá y una amiga habían ido a la Feria del Libro de Bogotá, yo les había preparado “lonchera” para llevar. Mi mamá desde la Feria me llamó a comentarme que todo muy bien, pero que me quería contar que le habían robado unas candongas de oro que me habían regalado de grado de colegio al subirse al colectivo y que se sentía mal por eso. Le dije mami: No te preocupes, lo importante es que estás bien, hay cosas realmente más importantes por las cuales preocuparse, disfruta con tu amiga y nos vemos por la noche. Ese día terminé mi curso pre-universitario y en vez de salir con mis compañeros de curso a hacer algo después, decidí ir para la casa a almorzar con mis papás. Recuerdo que mi papá llegó al mediodía al almuerzo y tenía una luz especial, se veía muy guapo. Almorzamos mi mamá, mi papá y yo. Mis hermanos estaban en el colegio y llegaban más tarde.
Esa noche mi papá llegó del trabajo, y se recostó en la cama a ver las noticias en la televisión. Recuerdo que le ofrecí si quería que le calentara la sopa y se la subiera, y me dijo que sí. Mi papá nunca comía en la cama, siempre en el comedor. Me pareció una forma de consentirlo, después de su jornada de trabajo. Me quedó grabado el momento en el que me recibió el plato con sopa, me quedé viendo sus manos, tomé una foto mental de ellas. Más tarde antes de acostarnos, hicimos oración en familia, recuerdo que dimos las gracias por el día e hicimos un Padre Nuestro y nos fuimos a acostar. Pasadas las 11pm mi mamá me llamó gritando y fui corriendo a la habitación de mis papás. Mi papá estaba tendido en el suelo. Mi mamá me dijo que llamara una ambulancia. Finalmente llegó la ambulancia, subieron los paramédicos y ya no había nada que hacer, había sido un infarto fulminante. No lo podía creer. La sensación fue como de haber quedado sumergida en el agua y de presión en el pecho. Ver la expresión de mi mamá, la cara de desconsuelo de mis hermanos, fue algo muy difícil y doloroso para mí, que me partió el alma. Teníamos 5 perros en la casa, y en ese momento se subieron a la cama y rodearon a mi papá como custodiándolo en un silencio profundo.
La muerte es muy chocante y más cuando es intempestiva. Muchas veces creemos o mejor, olvidamos que nuestro tiempo es finito y que solo estamos de paso. Aunque la muerte sea lo único seguro que tenemos al estar vivos, experimentarla de cerca nos hace reflexionar acerca de nuestra vulnerabilidad, de las peleas y luchas sin sentido que algunas veces libramos por lograr cosas, por tener la razón y por obtener reconocimiento, todo al final pasajero. Lidiar con lo que significa la muerte de un ser querido, es para los que quedan el desafío más grande. No hay explicaciones, simplemente pasa y hay que hacerle frente, con el corazón adolorido y la cabeza abrumada en su esfuerzo de tratar de entender y asimilar la nueva realidad de la ausencia del ser amado y sus implicaciones. Todo cambia en 1 segundo y de forma irremediable. Pareciera un sueño profundo y pesado, que nos drena la energía y nos deja pasmados. Gestionar emocionalmente una partida, es algo que requiere tiempo, paciencia y diría también que mucha humildad. Humildad para aceptar con paz que nos ha correspondido el turno, que ha cambiado el panorama y lo más difícil de todo, que hay que continuar.
Recuerdo que en la misa de exequias de mi papá dije unas palabras -no sé de donde saqué las fuerzas-, diciéndole que espiritualmente él siempre iba a estar con nosotros, que descansara tranquilo, que íbamos a salir adelante, que lo amábamos mucho. La muerte lejos de dramatismos, es literalmente desgarradora. Deja una sensación de vacío e impotencia. Uno se cuestiona acerca del por qué, está en un vaivén constante entre momentos de tristeza y nostalgia, y otros de aceptación y serenidad. Uno se acuesta a dormir agotado de llorar, de pensar, y cuando se levanta y se acuerda que el ser querido ya no está, invade ese sentimiento inevitable de dolor y angustia. Si bien no es un proceso sencillo de llevar el de elaborar un duelo, que naturalmente tiene sus altos y sus bajos, es un proceso que avanza. Es una herida que va sanando con el tiempo. La muerte es algo que no se olvida, pero que se aprende a aceptar.
La muerte es simplemente un paso. Que cada uno de nosotros disfrute y honre su vida: Amando, perdonando, dando gracias, trabajando y superándose, confrontando sus miedos y atreviéndose, saliendo fortalecido de los momentos difíciles, creciendo. Que cuando sintamos que una situación nos excede, nos sobrepasa, recordemos que todo es pasajero y al final las cosas no son tan importantes como parecen, o las queremos ver. Que la muerte nos motive a vivir a plenitud y a gozar el regalo de estar aquí, que nos preocupemos por dejar una huella positiva a donde quiera que vayamos, porque al fin y al cabo es por lo que nos recordarán. No por lo que materialmente hayamos logrado tener, sino por las buenas personas que hayamos intentado ser.
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