La fé es nuestra arma más poderosa. La fé es esa convicción interna que nos moviliza y nos lleva a conquistar lo improbable. Es esa confianza férrea e inquebrantable en el poder de Dios, en su soberanía sobre todas las cosas. Es ese dar por hecho que las cosas se darán de la mejor manera, sin imaginarnos siquiera la manera. Es esa fuerza poderosa que obra de maneras misteriosas: Más allá del panorama y de cualquier pronóstico, por más desalentador que sea o parezca. La fé es luz en la oscuridad, calma en la tormenta, agua en garganta sedienta; bálsamo para las heridas, aire fresco que renueva las fuerzas. La fé nos ayuda a descansar del agobio y alimenta nuestra esperanza, nos ilumina en nuestras dudas e incertidumbres, y nos da claridad.
Frente a los problemas nos sugestionamos. Pensamos que viene una complicación tras otra, como si estuviéramos siendo víctimas de la mala suerte desencadenada. Todos podemos tener una mala racha, pero eso no significa que no vayamos salir de ella. En vez de otorgarle poder al problema, démoselo a la fé para que vengan las soluciones. Los problemas nos hacen dudar, pero la fé nos lleva a creer a pesar de. La fé no se construye en medio de un panal de miel, se construye y se fortalece atravesando los momentos difíciles de la vida. Si tenemos claro en nuestra mente que todo es circunstancial, sabremos sobrellevar sin desesperación las pruebas. Podemos sentirnos cansados, confrontados en nuestra fé e incluso desanimados, pero no permitamos que una circunstancia difícil afecte nuestra confianza en Dios. La confianza en la Providencia Divina es la que nos saca del otro lado y nos permite superar las pruebas, SIEMPRE. Acudamos a Dios que es el médico de médicos, y nos sabrá sanar física y emocionalmente.
Si queremos tener fé, hay que practicarla. Una fé a control remoto es complicada de cultivar. No solo basta con imaginarnos cuán “espirituales” podemos llegar a ser, sino darnos a la tarea de llevarlo a cabo. Tener la intención de creer y confiar, pero lo más importante de hacerlo. La fé la alimentamos a través de la oración y de las obras, de la gratitud, de las ganas de vivir, de nuestra disposición para servir. De tener un filtro positivo frente a las adversidades de la vida, de la alegría y la generosidad, del amor y la caridad. De sacar un momento del día para agradecer y encomendar nuestros planes a Dios, para que Él nos ilumine y nos muestre el mejor camino. La fé la practicamos no desesperándonos ni inquietándonos, sino confiando. Experimentando una confianza a prueba de todo, incluso a prueba de nuestra lógica humana a veces limitada. Sabiendo que nuestra fé no se fortalece ni resplandece en los momentos de bienestar, sino lo hace en los de turbulencia.
La magia acontece en la medida de nuestra fé. En los momentos de desasosiego, conflicto y dolor, si confiamos con total certeza todo estará mejor. Con la fé viene el consuelo y la esperanza, la confianza renovada. La fé es un catalizador de milagros, es una fuerza poderosa que abre puertas y posibilidades impensadas. La intensidad y la perseverancia de nuestra fé, determina la cantidad de cosas extraordinarias que ocurren en nuestra vida. Si esperamos con certeza, si nuestro corazón confía y nosotros damos por hecho que acontecerá lo mejor, terminará pasando. La fé no nos exime de la duda, pero sí nos fortalece para transitarla. Todo lo maravilloso nos acontece en la medida de nuestra fé, porque desencadena la magia del universo que siempre nos proveerá lo mejor.
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