¿Qué nos sorprende? ¿Hemos perdido acaso la capacidad de asombro? Estamos en un bombardeo constante de información y a veces ni tiempo tenemos de procesar lo que pasa. A veces no nos hacemos el tiempo de digerir las cosas, de reflexionarlas e interiorizarlas. De tomarnos ese tiempo importante para hacer un alto en el camino y vernos en perspectiva. De ir depurando nuestra visión de la vida y haciéndola más sencilla y práctica, sin tanta arandela. De quitarnos ese peso de pretender que todo sea “perfecto” y de disfrutar como vengan las cosas. De dejar de ser caprichosos, de compararnos y de dejar fluir nuestra esencia. De dejarnos sorprender por lo grande, pero también por lo sencillo. A mí me emociona cuando voy a la zona de frutas y verduras del supermercado: Al ver la cantidad, la variedad y los colores. Siento una alegría una gratitud inmensas por la generosidad de Dios de que haya provisión de comida para tanta gente.
¿Esperamos a que nos suceda algo fuerte para despabilarnos? A veces somos increíblemente afortunados y no lo valoramos. Estamos distraídos en cosas no importantes y nos enfocamos en minucias que no ameritan que les prestemos ni tiempo ni atención. Escuchamos sobre la enfermedad de alguien, nos impactamos con la noticia y a la media hora se nos olvida. Vivimos en una inercia, donde conscientemente o no, tendemos a volver a lo mismo: La queja y la amargura por lo que no tenemos. Pareciera un círculo vicioso de no acabar más. Sin embargo, de nosotros depende el fortalecer la capacidad de apreciar y agradecer cada día por las bendiciones que recibimos, de enfocarnos en lo que realmente importa y de tomar como valioso recordatorio cuando escuchamos de la enfermedad o muerte de alguien, que nuestro paso es corto y debemos disfrutarlo al máximo.
¿Qué nos moviliza? Pareciera que no encontráramos alegría y disfrute en nuestra normalidad. Pareciera que estamos esperando todo el tiempo que algo “extraordinario” ocurra para vivir con intensidad. Y la noticia es que lo extraordinario está ocurriendo ahora: El despertarnos, el respirar, el tener la capacidad de amar y perdonar, el tener la capacidad de aprender habilidades nuevas. La lista es tan extensa, como cada uno quiera verla. Naturalmente el ser humano busca lograr objetivos, busca una inyección de adrenalina a través de las actividades que le gusta hacer, de las personas con quienes le encanta compartir. Y si bien esto hace parte importante de la dinámica de la vida, lo debe ser también nuestra capacidad de generarnos esa alegría y ese entusiasmo frente a la vida, sin ningún tipo de estímulo externo. Porque el tema es que muchas veces buscamos que esa llama arda afuera para encender la nuestra, y la interior también la podemos prender y alimentar nosotros. No nos acostumbremos a depender de que haga un día con buen clima, de que me llamen a decirme lo buen amigo que soy, de que en mi trabajo me hagan un homenaje, para decidir de una vez por todas ser feliz y vivir con intensidad.
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