La mal llamada “viveza” en nuestra cultura consiste en sacar ventaja de las personas y/o situaciones, pasando por encima de los demás, sin ningún tipo de código. Ser vivo o ventajoso, es básicamente no tener ética, valores, ni el más mínimo sentido de respeto hacia los otros. El ser más vivos, en realidad es una forma de acortar la distancia para conseguir los objetivos a consta de lo que sea. Se está dispuesto a mentir, encubrir y llevar una postura falsa hasta las últimas consecuencias. A los vivos, no les importa difamar, tomar propiedad intelectual de cosas que no han hecho, mentir y después lavarse las manos, como si no hubieran hecho nada malo. El vivo es oportunista, actúa a conveniencia personal y no le importa afectar a los demás. Básicamente no le corre sangre por las venas, cuando se trata de obtener un beneficio. No piensa 2 veces el hacer algo que le convenga, sin considerar la afectación para el otro. Esa forma de actuar no reviste ni preocupación ni desvelo para él, porque no hace parte de su escala de valores. Actúa sin escrúpulos, de forma egoísta e individualista, y eso solo habla de su falta de ética.
Recuerdo en mi trabajo en Buenos Aires, que me encomendaron hacer un análisis súper dispendioso y exhaustivo de datos, para condensarlos al final en un Excel. Fue toda una labor de investigación y autoaprendizaje, lograr entender cómo organizar la información, qué fórmulas usar y cómo hacer la presentación final, para las directivas de la empresa. Mi jefe me había pedido que le enseñara también a mi compañero de área cómo hacerlo y así lo hice. Era un chico que recién se estaba vinculando al área y la idea era entrenarlo. Se llegó el día de la presentación. Estaban también presentes mi jefe inmediato y mi compañero de área. Yo ya le había enviado por e-mail al gerente el Excel, poniendo en copia a mi jefe y a mi compañero. El gerente arrancó la reunión diciendo que consideraba que había sido un trabajo increíble el realizado, y preguntaba quién lo había hecho. En ese momento dice mi compañero: ¡Lo hice yo! Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Me quedé pasmada, molesta e indignada. No consideraba que fuera un momento para decirle en frente de todos que era un mentiroso. Quería darle la oportunidad de que lo habláramos primero nosotros, porque tal vez esta yo juzgando y malinterpretando. Realmente fue una falla de mi parte haberme quedado callada en el momento: No me había pasado antes y no sabía cuál era la forma “apropiada” de reaccionar. En mi cara este individuo se estaba llevando todos los créditos y yo en shock tratando de procesar qué estaba pasando.
¿De qué me valía la indignación frente a la injusticia, si me estaba quedando callada? Ese día aprendí algo que no se me olvidará jamás: Hay que defender con valentía la verdad y hacerlo en el momento. Si implica confrontar con alguien, desmentirlo y poner la situación en conocimiento de la gente presente, hay que hacerlo sin dudarlo. El vivo tiene la habilidad de saber que la persona correcta no es de la misma calaña, y que va a quedar patinando frente a la situación. Obviamente, uno no se levanta en la mañana temprano pensando: “Hoy alguien se llevará los méritos de mi trabajo”, pero sí hay que entrenarse para lo que se presente en el día. Uno no termina de conocer a sus compañeros, cuando de obtener méritos se trata. Muchas veces por inexperiencia, temor y por evitar actuar impulsivamente, postergamos reacciones que son muy importantes y determinantes. El objetivo no es andar confrontando porque sí, pero sí hacerlo con argumentos cuando corresponda.
A lo largo de mi vida académica y profesional, he visto como la “gente viva”, sabe en qué momento actuar para con el menor esfuerzo, pero la mayor suspicacia, obtener lo que desean. Tienen una mentalidad práctica, y saben de qué manera moverse. Son literalmente lobos. No se esfuerzan, dejan que el trabajo lo hagan los otros y saben en qué momento dar su estocada. Es una realidad que vamos a encontrar toda clase de personas a donde vayamos y no es una variable bajo nuestro control, pero sí el entrenarnos para aprenderlos a identificar y cuidarnos de ellos. Aparentan ser los más buena gente, relajados y dispuestos, pero son todo lo contrario. “Ojito”, como dirían en Argentina, porque son sagaces y se mueven rápido. Hay que aprender de ellos su capacidad para saber encontrar el momento justo para sacar provecho, porque son especialistas en ello. Y tal vez a los que no somos tan vivos, nos falta ese olfato desarrollado que tienen. Muchas veces vivimos en la idea utópica de estar rodeados de buenas personas, pero la realidad es muy diferente. Tampoco es que pasemos por la vida desconfiando, pero sí aprendiendo a observar las señales de alarma para cuidarnos.
Y el vivo y su conciencia, al final tendrán que dar alguna cuenta. Puede que los veamos pasar por la vida afectando a otras personas y llevándose méritos ajenos como si nada, pero al final no es algo sostenible y en algún momento se desenmascaran y sufren las consecuencias de su cinismo y falta de integridad. Hay que dejarle a Dios y a la vida que se encarguen, y nosotros hacer nuestra parte de aprender la lección y salir adelante. Porque si nos pasó una vez, que no nos pase 2 veces. Lo creamos o no, al final de la vida tendremos que dar cuentas de lo bueno y malo que hacemos. Puede que veamos con impotencia como a los “chicos malos” les va bien, como se les dan las cosas, gozan de salud, son prósperos, etc., pero en algún momento tendrán que asumir las consecuencias de sus actos.
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