En medio de nuestras batallas diarias, seamos luz. Todos nos enfrentamos diariamente a desafíos de diferente índole, que varían de complejidad. Podemos estar cansados e incluso desanimados de nuestras luchas cotidianas, agotados de insistir y tratar de encontrar soluciones. Sin embargo, más allá de tener nuestra propia bolsa llena, si decidimos generosa y bondadosamente ser luz para otras personas, veremos como esa carga que se nos hace tan pesada se comienza a alivianar. Que nuestra forma de actuar sea de inspiración para otros, que al vernos perseverar en nuestras luchas aquel que siente no poder más recobre la esperanza y las ganas de continuar. Que nuestro trabajo, nuestra disciplina y especialmente nuestra caridad, motive a otras personas a continuar avanzando en medio de sus propias dificultades. Que nuestras expresiones sean de paz, alegría, gratitud, fé y nuestro comportamiento sea coherente con ello.
¿Cómo alimentar nuestra llama? Cada uno sabe qué le hace bien y en qué medida. A veces por pereza, soberbia o testarudez nos alejamos de lo que nos hace tanto bien. En mi caso, me recarga de energía orar, hacer ejercicio, escribir. Pero a veces me pasa que dejo de hacerlo por diferentes motivos y siento literalmente como si me apagara. ¿Cómo puede uno alimentar su llama, si se aleja de la fuente? Cuando dejamos de hacer lo que nos hace bien, nos vamos enfriando y de paso malhumorando. Si queremos estar bien, debemos fomentar hábitos de bienestar. Solo estando bien, podemos ayudar más y mejor a los demás. Pero si estamos secos, vacíos, no vamos a estar en capacidad de dar aunque queramos. Y no me refiero a estímulos cortoplacistas como ver un video de motivación personal, o hacer ejercicio solo por 1 día, sino a la determinación de hacer lo que nos alimenta positivamente de forma constante y determinada, sin excusas.
Ser luz es una elección diaria. A cada momento elegimos. Decidamos ser antorchas encendidas. Ser luz no es desconocer las sombras que todos tenemos en nuestras vidas, sino la decisión valiente de reconocerlas y transitarlas. No es un disfraz ni un maquillaje, sino una elección constante. Es elegir la confianza en lugar del drama, y la esperanza en lugar del temor. Es la mejor forma de dejar huella, de dejar un legado a las personas que nos vamos encontrando por la vida. El mejor regalo que nos podemos dar a nosotros mismos y los demás es ser luz. Siempre la persona luminosa va a ser aliciente e inspiración para los demás. Cuando uno ve una persona que irradia luz, uno quiere también un poco de eso. Ser luz es sinónimo de bondad, alegría y paz. Que nuestro brillo ilumine cada lugar y toque cada corazón.
La luz es una onda expansiva. Actuar con honestidad, con trasparencia, hace un efecto multiplicador. Trabajar por ser nuestra mejor versión cada día, es nuestra mejor manera de aumentar nuestra luz. No es pretender ser perfectos, porque nadie logra serlo. Pero cuando trabajamos conscientemente en ello, es algo que inevitablemente se va notando. ¿Qué nos agobia, qué nos frena a decidir hacerlo? Puede que nos deprima el pasado y nos genere ansiedad el futuro, pero recordemos que lo único que tenemos es el presente. Como decía Jesús, “seamos la sal de la tierra”. Que nuestro aporte diario sea amor, solidaridad, ayuda desinteresada. Que nos caracterice el ser positivos, el hablar lo bueno. Y cuando no tengamos motivos para hacerlo, optemos por el silencio, que también es una forma de sabiduría y luz. Que lo que salga de nuestra boca siempre sume y no reste.
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