Hoy es un día muy especial para mí!! Hoy hace 1 año comencé el proyecto de escribir este blog! Un proyecto desafiante, maravilloso y súper enriquecedor que me ha dejado muchos aprendizajes y me ha abierto otros caminos. Llevaba apenas un par de meses entrenándome como mamá y decidí comenzar a plasmar por escrito mis perspectivas y experiencias de vida. ¿Cuál fue y continúa siendo mi mayor motivación, además del gusto por escribir? Mi deseo de dejar un legado escrito en digital para mis hijos. Me ilusiona el pensar que va a ser algo que les va a permitir conocer más acerca de mí, siendo una bitácora de mis ideas, puntos de vista y vivencias, y especialmente un recordatorio para ellos de la importancia de los valores humanos en sus vidas, que es a mi criterio una de las mayores y mejores enseñanzas que les puedo dejar. La primer publicación un año atrás fue acerca de la maternidad, y hoy me gustaría escribir nuevamente acerca de esa experiencia increíblemente hermosa que cambia de forma definitiva la vida de cualquier mujer.
Los días como mamá primeriza transcurrían muchas veces rápido y otras veces no tanto. La mente, el cuerpo y el corazón están en un proceso de transformación y adaptación. Mantenemos constantemente el lema de dar lo mejor a esa nueva vida que depende ahora de nosotras. Crece un amor más grande que nosotras mismas y que excede cualquier entendimiento. Estamos dispuestas a todo, más allá del cansancio físico y de la revolución emocional. En simultáneo estamos tratando de comprender el cambio que aconteció, que ya una vida depende de nosotras y que es la misión más grande y especial que podamos tener: ¡Nos hemos convertido en mamás! Ya no seremos más las mismas, es literalmente un antes y un después. Se nos ha concedido la bendición de dar a luz, de traer una vida al mundo. Nos entregamos en cuerpo y alma a nuestros hijos, más allá del dolor físico y del agotamiento que podamos experimentar. Inicia la tarea de conocernos y redescubrirnos en un nuevo rol, pensaría yo uno de los más trascendentales de nuestras vidas.
Siempre tuve presente que cada experiencia de maternidad es única. Cada mujer vive una experiencia con diferentes matices, en contextos completamente distintos. Lo que sí es transversal a todas es el deseo de brindarle lo mejor a nuestros hijos. Si bien la mayoría de nosotras tiene dudas y algo de miedo, y una enorme expectativa acerca de cómo lo hará, siempre nuestro amor será la mayor y mejor respuesta a esos momentos de duda, será la luz que iluminará los próximos pasos que debamos dar. Absolutamente nadie tiene el instructivo ni la última palabra respecto de cómo ser la mejor mamá. Podemos recibir consejos y recomendaciones, y según nosotras prepararnos para la maternidad, pero solo el día a día con nuestros hijos nos va educando e instruyendo en la materia. Cada una da lo mejor de sí desde su lugar y desde de sus posibilidades. Nadie tiene el libreto perfecto. Diría que es una puesta en escena en la que se va improvisando y tratando de hacer las cosas de la mejor manera posible. Es un camino inmenso que se va labrando y que día tras día va conllevando nuevos retos. Y uno de los tantos retos, por mencionar alguno, es lograr encontrar un balance con nuestros demás roles. Realmente todo un desafío.
La maternidad es una experiencia sublime que toca cada fibra. Al convertirnos en mamás ya no somos las mismas, nuestras prioridades cambian, y nuestro sueño también, jeje. Queremos brindarle a nuestros hijos una crianza amorosa y positiva, mientras nosotras somos aprendices de cómo ser las mejores mamás. Ambos madre e hijo, estamos en debut constante, aprendiendo sobre la marcha. Para cada mamá, ser la mejor representa diferentes cosas, para la mayoría es una autoexigencia constante por brindarles amor y acompañamiento. Es un amor inconmensurable el que nos moviliza como mamás y nos llena de fuerza para desempeñarnos con total entrega, mucha paciencia y capacidad para aprender y reaprender. Y al final, la mayor satisfacción es ver crecer a nuestros hijos sanos y felices. Una sonrisa de ellos, es un bálsamo para el espíritu y un catalizador de nuestra mejor versión. Cada día con ellos es un regalo, una experiencia única e irrepetible, que vale la pena disfrutar al máximo. He aprendido que el mejor regalo que me ha dado Dios a través de mi hijo, es la capacidad para deleitarme con lo sencillo. Además de la gratitud constante y la capacidad de perdón. Un hijo es un don, y tenemos el compromiso de vida de cultivarlo, y de lograr llevarlo a su máxima expresión, y es un proyecto que apenas comienza. Que cada una disfrute esta maravillosa etapa, porque como me decían la mayoría de amigas mamás, realmente se pasa súper rápido.
Nuestros bebés son luz y pureza, y la más grande fuente de fortaleza e inspiración. Nos enseñan la capacidad de dar sin restricción. A través de ellos conocemos más de Dios, porque son literalmente un pedacito de cielo. Son nuestros mejores maestros, hacen de nosotras seres más sensibles, compasivos y solidarios. Con la maternidad nos aflora el más grande e increíble instinto, nuestra conexión con ellos es extraordinaria e inexplicable. Cada una escribe en el libro de su vida, un nuevo capítulo con la maternidad. Una etapa que nos hace crecer emocional y espiritualmente. Ser mamá me trasformó, me hizo resignificar muchas cosas, acabó con unos miedos y me sembró otros retos. Lo más bello es que me hizo una mujer más empática. Si antes de ser mamá valoraba, respetaba y admiraba a otras mamás, ahora que estoy en los pantalones de una, respeto aún más profundamente la tan loable y entregada labor que realiza una madre. El arte de amar, cuidar, enseñar, corregir y establecer límites, entre muchas otras cosas, y de hacerlo con amor y disposición, encontrando una justa medida entre firmeza y dulzura… en fin, todo lo que implica el trabajo de ser mamá.
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