Que sume y no que reste. Sumar habla de nuestra generosidad y buenas intenciones, y restar de nuestro egoísmo e inmadurez. A veces estamos en el automático de restar con nuestros comentarios por ignorancia. Repetimos el patrón de hablar de la corrupción de los políticos, de la crisis económica, de la pobreza, etc., porque es lo que más eco tiene. Hablar de nuevos proyectos, decidir tomar un nuevo curso, comenzar una dieta, son iniciativas lindas que merecen ser reconocidas e impulsadas. Desde la conversación que tenemos con nosotros mismos sobre lo que queremos hacer, a veces sin querer boicoteándonos, hasta lo que le decimos a los demás cuando comparten con nosotros que están con la idea de hacer un emprendimiento, de comprar un auto, de viajar a otro país. Vemos reflejado en las palabras que salen de nuestra boca, lo que tenemos dentro nuestro: Confianza, optimismo, deseos de salir adelante, o sus respectivos opuestos. Si no hicimos cosas antes, que vemos que otros si se atreven a hacer ahora, no los anulemos con nuestros comentarios, sino inspirémonos con su determinación para hacerlo. Eso también habla de cómo estamos espiritualmente.
Ni presionar ni rescatar. Cada uno tiene las habilidades para resolver, o la capacidad de desarrollar esas habilidades para encontrar soluciones a los desafíos de la vida. A unos les toca desarrollar esas habilidades solos y otros tienen la fortuna de desarrollarlas con acompañamiento. Ninguno de nosotros por más amor y buenas intenciones, puede vivir la vida por otros. Los podemos alentar, pero no podemos hacer por ellos. Nuestro gran reto a nivel personal es tener la capacidad de vivir nuestra vida y dejar de opinar en la del resto, por más tentados que estemos. Un comentario nuestro puede hacer la diferencia en lo empoderado o temeroso que se pueda llegar a sentir alguien. Debemos procurar ser muy prudentes y asertivos con nuestras palabras y actitudes. Justificándonos muchas veces en nuestra experiencia de vida de lucha y dificultad, podemos llegar a ser aves de mal agüero. Si alguien comparte con nosotros algo y nos pide consejo, tratemos de aportar con comentarios que sumen y no que resten.
Menos es más. Si no tenemos algo lindo que decir, optemos por callar. Cada vez que opinamos tenemos 2 caminos: Hablar o callar. Si decidimos hablar que sea para sumar. Si estamos amagando a hablar sobre cosas negativas, pongámosle freno a nuestra lengua. Suma más la prudencia. El dilema de hablar positiva o negativamente siempre está presente. Nuestro subconsciente sabe que muchas veces lo negativo llama más adeptos. Ese “amarillismo” es a veces más tentador. Sin embargo, pensemos que si las semillas que vamos esparciendo a nuestro paso con nuestras palabras son de alegría, fé, optimismo, darán un fruto mucho más lindo en las personas a nuestro alrededor. Hablar negativamente no produce nada diferente a miedo y predisposición. Así que el mensaje es que lo que salga de nuestra boca edifique, y que si no lo hace “cerremos el pico”. Atajemos esa tendencia natural a la queja y convirtámosla en confianza en la Providencia Divina de que todo estará siempre mejor.
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