La vida siempre nos sorprende. Al que sabe esperar, al que se arriesga, al que perdona, al que decide ser feliz. La vida en su infinita generosidad nos da de lo que le damos. Nos sorprende en los pequeños y grandes detalles, nos muestra que siempre hay motivos para continuar. Nos muestra que siempre hay una oportunidad, que nada es lineal, que no está dicha la última palabra. La vida despliega su belleza a cada instante y a cada paso. Nos envía bálsamo para el alma cuando lo necesitamos, nos envía mensajes de aliento a través de personas y circunstancias. Se renueva en cada amanecer, porque nos muestra que cada día es una nueva oportunidad. Nos muestra que los vínculos son lo realmente importante, que lo material pasa a un segundo plano si no tenemos con quién compartirlo. Que la vida no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa.
Personajes que sorprenden. Ayer conocí una mujer desparpajada, desprevenida y muy simpática. Reía a carcajadas, se hacía amiga de todo el mundo y era muy entretenido observarla con sus ocurrencias. Se veía libre y feliz. Se acercó a mi familia y a mi a contarnos que había perdido un vuelo y había decidido quedarse a “turistear”. Que se había divorciado hacía 2 años, que venía de haber estado de vacaciones en Turquía y que tenía ganas de seguir viajando. Daban ganas de escucharle sus historias y de reír con lo escueta que era para expresarse. Y me recordó que uno no tiene que esperar que ocurra nada extraordinario para decidir disfrutar la vida y dejarse sorprender por ella. A veces es tan sencillo como tomar la decisión de disfrutar el momento para que la vida nos sorprenda.
Que la dificultad nos entristezca, pero no nos amedrente. Las dificultades hacen parte del desarrollo normal de la vida. Si bien la vida no es el jardín de rosas que nos gustaría, no hay que estarse acordando de lo que nos baja el ánimo: De cómo nos hicieron daño, de lo que pudo ser y no fue, de las malas decisiones que tomamos. Es una obsesión sin sentido. Tenemos que cuidar nuestros pensamientos, nuestra lengua y nuestros actos, y convertir lo que pensamos en un terreno fértil para florecer. Aprender a ver la dificultad no como algo negativo, sino como una oportunidad para crecer y mejorar. Las dificultades pueden ser dolorosas, agobiantes e incluso parecer no tener fin, pero con ellas viene un bonus, que es lo fortalecidos que solemos salir de ellas. Salimos más maduros, más humanos y más sedientos de conquistar lo que queremos. Más determinados y menos amedrentados.
Hacer las cosas con amor. Lo que le da el valor a lo que hacemos, es el amor. Cuando hacemos las cosas con amor, la vida es generosa. Nos sabe retribuir. No es nuestro rol o el título que sustentemos, lo que determina qué tan importante es lo que hacemos, es el amor que le imprimimos. El amor le da valor y sentido a todas las cosas. La vida sorprende al que ama y sirve generosa y desprevenidamente, a quien no juzga, a quien perdona, a quien decide salir a conquistar cada día prodigando alegría con una sonrisa y actitud positiva. Si el búmeran que diariamente le lanzamos a la vida, es uno cargado de amor y gratitud, de decidir disfrutar la vida a pesar del laberinto oscuro que estemos pasando, de confianza en que lo mejor está por venir, eso mismo regresará multiplicado a nuestra vida.
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