Esta pandemia ha sido el catalizador de un gran cambio. Si cuando aprendemos algo creamos nuevas conexiones neuronales, cuando nuestro espíritu aprende algo nuevo, se expande. Y ese justamente está siendo nuestro mayor aprendizaje. El encontrarnos de frente con la necesidad de revisar nuestra espiritualidad. Esta cuarentena nos está llevando a evaluarnos interiormente, a plantearnos la pregunta más trascendental: ¿Para qué estamos aquí?. El desafío de no ser más muertos en vida y preguntarnos ¿cuál es nuestro propósito? ¿somos realmente felices? Son preguntas que determinan un antes y un después para nosotros como individuos. Es una invitación a detener nuestro frenesí. A dejar por un instante de estar ocupados en 1.000 cosas y simplemente vivir. Permanecer ocupados nos camufla con los demás, pero nos aleja de nosotros mismos. No nos conformemos con vivir por vivir, sino con que nuestra existencia tenga un verdadero sentido.
Vivimos tiempos donde sopla fuerte y no sabemos a dónde vamos a terminar. Estamos siendo abatidos y nos cuesta mantenernos en pie. Nuestra fé titubea y nuestra alegría por momentos se desvanece. Nos resguardamos a la expectativa de lo que vendrá e intentamos conservar la confianza en que todo esto pasará. Nos desafían muchas cosas: La convivencia diaria, el pensar en nuestra economía familiar y en el futuro que se aproxima ya. Buscamos una brújula que nos dicte la dirección a seguir. Un salto al vacío, un acto de fé, un acto de valentía, será el día que volvamos a nuestra cotidianidad, o mejor, a lo que recordamos de ella. Mucho habrá cambiado. De hecho, nosotros ya somos diferentes. La cuestión es que estamos frente a una realidad contundente e ineludible, que exige de nosotros claridad de mente y fortaleza de espíritu. Todo converge a un gran cambio de paradigma. Estamos reformulando aspectos profundos, nos estamos replanteando prioridades y estamos asumiendo nuevos e impensados roles. Y es un acto de sana osadía mantener la alegría a pesar de la turbulencia. Mantenerse cuerdo y optimista, cuando estamos avasallados de malas noticias. Escuchamos crisis por todos lados. Hoy el coraje es nuestra más grande apuesta y la fé, nuestra mayor certeza.
Unos tenemos la bendición de estar en nuestra “prisión domiciliaria”, mientras las circunstancias de otros no son las mismas. Otros directamente no cuentan con un techo o la situación de la pandemia los encontró fuera de sus hogares, sin posibilidad de regresar a ellos. Otros pasan la cuarentena en sus casas, pero sin contar con un ingreso y en consecuencia, sin posibilidad de aprovisionar comida suficiente para pasar los días. Otros con techo y comida, pero viviendo el maltrato y el abuso dentro de sus familias. Unos debutando como padres con sus hijos recién nacidos y otros a punto de serlo, pasando la dulce espera durante la cuarentena. Unos recién casados y otros recién separados, unos recién enamorándose y otros en la agonía de su relación. Unos enfermos y otros convalecientes, unos pasando sus días acompañados y otros en la más grande y aterradora soledad. Otros despidiendo a sus seres queridos que fallecieron y elaborando su duelo en el encierro. Otros hermanos en la cárcel, otros en los hospitales, y otros en las calles, desplazados inicialmente por la violencia y ahora por la enfermedad. Está más que claro, que esta cuarentena no distinguió absolutamente a nadie y que a cada uno nos llegó en circunstancias diversas en forma y complejidad.
Nuestro compromiso cristiano, se mide en momentos como éste. Superando la zozobra que nos generan estos tiempos raros, hacer de esta época un trampolín de crecimiento es nuestro gran reto. Que sea también una oportunidad para dar testimonio con nuestra actitud e invitar al que no cree, a que se anime a cambios. Compartir mensajes de esperanza y no de tragedia. Ser luz a través de una llamada o mensaje que alivie a quien está solo, enfermo u olvidado. Aprovechar éste tiempo único y precioso para orar, aunque a veces nos falten las ganas. Perdonar definitivamente esa ofensa que nos marcó y decidir mirar hacia adelante. Agradecer lo lindo y lo bueno, teniendo a la mano nuestro inventario de bendiciones, como recordatorio que Dios obra siempre a nuestro favor. Que nuestra mayor misión sea hacer el bien, dar con generosidad y perdonar de mente y corazón. Que nuestras actitudes muestren verdaderos frutos de cambio. No tiremos la toalla!
La misión es no desistir. Estos tiempos desafiantes nos confrontan e inquietan, pero también nos inspiran para hacer frente a lo que vendrá con alegría, firmeza y creatividad. Son condiciones inusuales en las que estamos llevando nuestra cotidianidad. Tratamos de encontrar normalidad dentro de la anormalidad que estamos viviendo, y de hallar sentido en medio del caos. ¿En qué momento se desencadenó todo esto? Muchas preguntas y algunos intentos de respuesta. Lo más importante, mantener nuestra fé viva y fortalecida, porque nos ayuda a sobrellevar mejor estos momentos. El Domingo de Pascua pasado, nació el pichón de una paloma. Lo presenciamos desde nuestra ventana durante el amanecer. Vimos el momento en que la paloma se inclinaba para alimentar con su pico, a su hijo recién nacido. Poderlo presenciar fue hermoso y de profundo significado, pues coincidía con el día de la resurrección de Jesús. Fue una noche y madrugada súper ventosos, pero la paloma estuvo firme allí en su nido, cuidando de su huevo. Un signo de esperanza, que nos recordó que la vida siempre vence, y a pesar de la noche agitada, siempre amanece!
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!
Bendiciones para ti!