Tener las cosas bajo control nos da tranquilidad. Sin embargo, más allá de nuestros esfuerzos, siempre hay variables fuera de nuestro control. Lograr que cada situación se de como esperamos es al final una lotería. Es una carrera sinfín. Extremadamente agotadora. Pretender tener todo bajo control es además de desgastante, utópico. Nadie puede tener absolutamente todo bajo control. Hay muchas variables que no dependen de nosotros. No valen de nada los esfuerzos por una planeación milimétrica que garantice que todo se de perfecto sin cambios ni imprevistos. Lo único seguro y constante es el cambio. Así que más vale cultivar nuestra capacidad resolutiva, a través de la serenidad, la objetividad y la proactividad. Lo malo no son los cambios, sino cómo respondemos a ellos.
Calma, flexibilidad y capacidad de adaptación. La vida es impredecible. Cada día trae situaciones diferentes que nos desafían. Situaciones que nos llevan a ser recursivos e ingeniosos, que nos obligan a despabilarnos. La solución muchas veces comienza por aceptar el cambio. No tenemos otra opción que la aceptación. La clave es adaptarnos rápidamente a los cambios que nos sobrevengan. La rigidez de los planes, el apegarnos a lo que queríamos, solo impide que las cosas fluyan. Muchas de las cosas que nos pasan, no han estado en nuestros planes iniciales y sin embargo, hemos salido adelante. Hemos sido flexibles y nos hemos adaptado. Darle mucho tiempo al lamento nos demora. La clave es mantener la serenidad y la cabeza fría, para pensar con objetividad en el próximo paso. Si nos resistimos haciendo un berrinche o una pataleta al universo, porque las cosas no pasaron como queríamos, lo único que estamos perdiendo es tiempo y energía. Y al final la persona de éxito no es a la que le sale todo perfecto, sino la que se adapta rápidamente a los cambios que le van sucediendo.
Planes Vs realidad. Los planes siempre están sujetos a cambios. Unos grandes y otros pequeños. Algunos cambios nos caen como baldados de agua fría y nos dejan completamente paralizados. Situaciones inesperadas que nos obligan a maniobrar, nos exigen pensar y actuar rápidamente. Desvíos que nos llevan por otros caminos y nos hacen re-calcular la ruta. Si bien los planes nos ayudan a tener un orden para lograr lo que queremos, no nos garantizan que todo fluya de manera ideal. Y justamente allí radica la diferencia: En la capacidad de sacudirnos de las expectativas iniciales y en la prontitud con la que nos adaptemos a lo que el camino nos vaya ofreciendo. Porque cuando soltamos la expectativa de que todo se de en el tiempo y la forma que queremos, ahí acontece la magia. Trabajamos en pos de lo que queremos, pero estamos dispuestos a ajustar o re-acomodar nuestros planes cuando surgen los cambios. No nos lamentamos y amargamos por lo que no fue, sino decidimos avanzar a pesar de que el libreto haya cambiado.
¿Qué nos ha enseñado la pandemia actual? Justamente a que no podemos tener las cosas bajo control. Nos ha llevado a todos a re-acomodarnos. A aceptar con humildad y a sobrellevar con paciencia los cambios. Ha cuestionado nuestro orgullo, nuestra soberbia. Pensamos que todo depende de nosotros y de nuestros esfuerzos, y no es así. Todos dependemos de todos. Esta pandemia nos está dando una enorme lección de adaptación al cambio. Ha sido un enorme recordatorio de que podemos hacer muchos planes, pero no sabemos qué nos deparará el mañana. Pero lo más importante es que nos ha acercado a Dios, nos ha hecho más mansos y humildes de corazón. Nos ha mostrado que no todo lo podemos en nuestros esfuerzos humanos, pero que si lo involucramos a Él, todo toma el mejor camino. No nos exime de las dificultades normales de la vida, pero sí nos anima a transitarlas con una fé aumentada y fortalecida.
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