Darle importancia a lo importante. Tengo una amiga que recientemente pasó por un tratamiento de cáncer súper agresivo e intenso, y me compartía su mayor aprendizaje: “No quiero perder más el tiempo en tonterías”. Y me pareció tan profunda esa premisa aparentemente tan sencilla… Me cuestionó sobre qué peso innecesariamente estoy llevando hoy, a qué cosas irrelevantes le estoy dedicando tiempo, esfuerzo y energía, a qué no vale la pena seguirle botando corriente. La vida puede cambiar tan rápida e inesperadamente, que no vale la pena perder el tiempo en cosas y personas que no nos hagan bien, en llevar estilos de vida que vayan en detrimento de nuestro bienestar. Que sea una prioridad hacernos la vida amable y ligera, simplificar nuestro quehacer cotidiano. Que disfrutar, agradecer, perdonar, sean consignas diarias y nos lleven a vivir realidad ligeros.
A veces nos molestamos con nosotros mismos por recaer en los mismos errores. Nos damos látigo por repetir lo mismo que tanto queremos cambiar. “Pelamos el cobre” cuando no se dan las cosas como esperamos, y viene el disgusto, el mal humor y la ira. Pasa ese algo que tanto queremos evitar y viene la frustración por fallar una vez más en el intento de cambiar. ¿Qué nos faltará hacer para no repetir eso que tanto queremos cambiar? ¿Voluntad, dominio propio? Es un arte gestionar nuestras emociones, especialmente aquellas que nos llevan a explotar y herir innecesariamente. Cabe aclarar que no es cuestión de reprimir o contener lo que sentimos, sino de aprender a gestionar esa catarata de emociones para que no se desencadenen mal. Esas emociones que a veces arremeten como caudal, y no nos dejan un margen para responder. Nos llevan a reaccionar, porque estamos a la defensiva. Aprender a guardar silencio, a gestionar esos momentos que detonan en nosotros furia y explosión es el gran desafío. Aprendiendo a dejar el ego y las expectativas de lado, y esa necesidad de control. Entendiendo que en la vida no todo nos va a gustar ni mucho menos va a estar bajo nuestro control.
No juzgar. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8,7). Las cosas no se juzgan como malas o buenas, simplemente son. Nos encanta estar opinando sobre la vida ajena y el deber ser de las cosas. Al final el mundo cambia con nuestro ejemplo y no con nuestra opinión (Paulo Coelho). Ayudamos a otros no con señalamientos ni retahílas, sino con amor y respeto al camino que han elegido transitar. El juicio nos divide. Por encima del juicio está el amor, el respeto, el perdón. No conocemos la historia de vida, el contexto particular de cada persona, y aunque lo conociéramos, eso no nos otorga el derecho de opinar y mucho menos de juzgar. Que siempre actuemos con compasión, que nos demos el espacio para entender que cada persona vive una realidad diferente a la nuestra, de acuerdo a su escala de valores y a su estado de conciencia. Que las diferencias nos unan y no nos separen.
Muchas gracias por leer este post! Si te gustó o sientes que te sirvió para reflexionar, déjame un clap👏🏼 Y te invito a que me sigas por aquí o por Instagram en @lilicitus_blog, para que te enteres de las próximas publicaciones. Hasta la próxima!